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Juntos para siempre

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Fecha Publicación: 02/09/2025 - 22:30
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En un lugar más o menos preciso de la montaña Pobeda, yace la alpinista rusa Natalia Nagovitsyna. Un poco más allá, en la montaña de Khan Tengri, lo hace su esposo Michail, ambos muertos en expediciones distintas a los picos más altos de Rusia. Primero murió él en el 2021 a los 45 años, y después ella, a los 47, hace sólo unos días. Ninguno de los dos ha podido ser rescatado y allí se quedarán, en cuerpo y alma, juntos para siempre.
Cuando Michail falleció de un infarto, Natalia estaba con él escalando. Se quedó con su esposo hasta el final y no abandonó el alpinismo por ello, al contrario, tiempo después escaló al mismo lugar y dejó en el sitio una placa conmemorativa.
Lo extraño, es que Natalia hace sólo dos meses se había fracturado la pierna, por lo que se han deslizado versiones de que su participación era una temeridad, ya que es imposible recuperarse en ese lapso de una lesión como la que tuvo, sobre todo si se practica un deporte de tanta exigencia como el alpinismo.
Las condiciones de la zona en Kirguistán, a más de 7 mil metros de altitud, hacían imposible una misión de rescate y ella lo sabía. Por eso, las autoridades cancelaron todo intento. Un dron, que sobrevoló la zona, envió días después una foto de Natalia saludando con la mano. Una semana después fue declarada desaparecida. Sola con la nieve y sus recuerdos, seguramente vio los increíbles amaneceres y los increíbles crepúsculos antes de ver la noche de la muerte.
Se querían pero una pasión, además del amor, los unía y los seguirá uniendo: el alpinismo, las cumbres, las alturas. Enfundados en sus gruesas ropas y cargando su pesado equipaje, los montañistas quieren llegar alto, tan alto como puedan. Los seducen las cimas y un impulso por pisar parajes inalcanzados. Son el profeta que los exhorta: Si la montaña no viene a ti, ve tú a la montaña. Son también Nietzche que los alecciona y Kerouac, el poeta de la generación beat que los impreca, y ellos hacen caso. El primero les dice “Quien sube a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, reales o imaginarias”. El segundo los arenga: “Porque al final, no recordarás el tiempo que pasaste trabajando en una oficina o cortando el césped. ¡Sube esa maldita montaña!”
Veo la mano de Natalia saludando en la trágica foto. Y la asocio a la de mi hijo, moviendo una pieza de ajedrez, o a la de mi hija tocando el violín. Para que la vida siga.
Jorge.alania@gmail.com

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