ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

José Watanabe

Imagen
Fecha Publicación: 08/10/2024 - 21:30
Escucha esta nota

Me sobrecoge la poesía de José Watanabe. Bella pero áspera, a veces ascética, a veces conmovedoramente triste, frugal. Trabajada por un auténtico artesano de la palabra, se nutre de su sangre y de su tierra:

“Mi familia no tiene médico/ ni sacerdote ni visitas/ y todos se tienden en la playa/ saludables bajo el sol del verano./ Algunas yerbas nos curan los males del estómago/ y la religión sólo entra con las campanas alborotando los canarios./ Aquí todos se han muerto con una modestia conmovedora…/ Ahora nosotros/ ninguno doctor o notable/ en el corazón de modestas tribus, / la tribu de los relojeros/ la más triste de los empleados públicos/ la de los taxistas/ la de los dueños de fonda/ de vez en cuando nos ponemos trágicos y nos preguntamos por la muerte.”

No era creyente y, sin embargo, escribió un poemario sobre su propio Cristo, con un título que es una manera de dar testimonio de él: “ Habitó entre nosotros”. Ahí está el niño Dios a quien el viejo José le dice: “Soy un hombre añoso, he visto todo/ Sin embargo, /me sobrecoge mirarte, mi recién nacido: / A pesar de las madres / todo niño está abandonado / sobre la vastedad de una tierra callada.” Y concluye el poema con una desesperanzada súplica: “Ya impaciente, Señor/ Te pido que me señales, / no el Reino de la promesa sino un sencillo cobertizo, / un buen recaudo/ donde pueda dormir ovillado alrededor de mis pobres pelotas.”

Judas, el enigmático traidor, clama en uno de los poemas: “Ser fiel/ como un perro seguidor era mi más íntimo regocijo: / sabía que me guiaba el mejor/… su huella/ en la yerba o el barro/ no era más profunda que la mía. / Cómo no amarlo entonces: Él era el Hijo de Dios/ y me concedía su semejanza”. Sobre el beso de la traición dice sólo esto:

“El divino azar hizo rodar entre doce hombres/ el huevo de la serpiente. Anidó en mí. / Yo amaba al albo cordero/ pero tuve que entregarlo como cordero de sangre. / Y ahora colgado en el viento, sepan/ que no tuve el valor de perdonarme”

El mundo poético de Watanabe puede parecer pastoril, lleno de travesuras de muchachos y de animales vivitos y coleando. Pero, asimismo, es el mundo gris de la ciudad y el ceniciento de sí mismo: “Soy un hombre cauto, / estoy acostumbrado a los días/ y temo los milagros no previstos en el programa”, dice de sí mismo y anota: “un hombre cauto/ no puede huir de la cordura” salvo, creo yo, para imaginar a Cristo en el huerto de los olivos.

Salvo para decirle: “¿Percibes, ahora, Señor, lo que el enfermo que despierta/ de madrugada/ y siente que la soledad le entristece cada órgano, / y la noche y su pesar/ le parecen más vastos que Dios?”

José Watanabe Varas murió a las once y media de la noche del miércoles 25 de abril de 2007 en el hospital Neoplásicas de Lima de cáncer al pulmón.

Jorge.alania@gmail.com

Mira más contenidos siguiéndonos en FacebookXInstagramTikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.