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José Luis Pérez Sánchez Cerro, el diplomático del Apra y del Perú

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Fecha Publicación: 28/10/2024 - 21:30
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Hallándome en Huancayo y a pocos minutos de conferenciar, me enteré de la tristísima noticia de la muerte del embajador y abogado peruano José Luis Pérez Sánchez Cerro. Honorable y distinguido diplomático, José Luis fue formado en las entrañas del aprismo, a cuyas canteras ingresó en su juventud. Y aunque pareciera una contradicción o una paradoja de la vida, fue nieto del expresidente Luis Miguel Sánchez Cerro (1931-1933), rival político de Víctor Raúl Haya de la Torre, el líder y fundador de la histórica y centenaria Alianza Popular Revolucionaria Americana y uno de los dos más grandes pensadores políticos del Perú del siglo XX. El otro, sin discusión, fue José Carlos Mariátegui.
No es un secreto en nuestra compleja y violenta vida política de los años treinta de la centuria anterior —1932 fue llamado el “año de la barbarie”— que la muerte por asesinato del presidente piurano fue a manos de un aprista, Abelardo Mendoza Leyva, mientras Sánchez Cerro se hallaba en el desaparecido hipódromo de Santa Beatriz, que hoy conocemos como el Campo de Marte, en el distrito de Jesús María, aquí en Lima, pasando revista a las tropas que se alistaban para la guerra con Colombia.
José Luis me contaba que nunca pasó desapercibido para los apristas que conoció durante su juventud en los años sesenta, ni para aquellos con quienes fue interactuando en los últimos años de su paso por este mundo, que el nieto del rival político de Haya se inscribiera en el APRA. Víctor Raúl lo había zanjado, como bien contaba José Luis, cuando Haya, refiriéndose al presidente asesinado, le dijo, al recordar un sueño que tuvo mientras se hallaba preso en el panóptico, en que veía que ambos —Haya y Sánchez Cerro— caminaban por un sendero, uno al lado del otro, y que el presidente le decía: “No te preocupes, Víctor, que nosotros lo cruzaremos”. Una vez concluida la narración del sueño, el propio Haya le dijo a José Luis: “Ese cruce eres tú, que estás conmigo todas las noches en el partido”.
Estaba claro que Haya lo valoraba muchísimo y por eso, cuando decidió formar el tercer Buró de Conjunciones que tuvo el APRA a lo largo de su historia, lo incluyó junto a otros nueve jóvenes apristas que darían qué hablar en la historia del aprismo y del Perú.
José Luis fue un hombre extraordinariamente afable, un caballero todo el tiempo, lleno de grandes modales, pero, sobre todo, un hombre decente por donde se lo mirara. Su carrera diplomática fue descollante, llegando al alto cargo de secretario general de Relaciones Exteriores. Cumplió funciones sucesivamente en la OEA, Estados Unidos, Venezuela, Costa Rica, Suecia y Ecuador; jefe de misión en las embajadas del Perú en Colombia, España, Alemania y Argentina. Su último cargo internacional, secretario general de la Comisión Permanente del Pacífico Sur (CPPS), fue un reconocimiento a su notable carrera, pero debió ser canciller del Perú. Lo merecía.
Dominó como nadie el Indoamericanismo de Haya y los derechos humanos, temas sobre los que tertuliábamos hasta ser lanzados del café de turno. Precisamente en ese cargo coincidimos en Lima, cuando fui canciller en 2022 y José Luis me llamó a Torre Tagle para decirme que estaría presente en la celebración del histórico 70 aniversario de la firma de la célebre Declaración de Santiago, y cumplió su palabra.
Cuando fui decano de la Facultad de Derecho, Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UTP, lo invité para que ejerciera la docencia, uno de los fueros que muy bien conocía, y fue uno de nuestros profesores de lujo. El APRA y la diplomacia peruana le deben el homenaje que se merece.

(*) Excanciller del Perú e Internacionalista

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