Javier Pérez de Cuéllar: eximio negociador
De Javier Pérez de Cuéllar pueden decirse muchas cosas, una de ellas peruano universal. Efectivamente llegó a serlo pero no en un sentido ideológico, como lo fueron José Carlos Mariátegui, Víctor Andrés Belaunde o Víctor Raúl Haya de la Torre, sino más bien con una vocación práctica para resolver los conflictos que azotaron a la humanidad mientras ejerció funciones internacionales. Él fue un hombre pragmático en el mejor sentido de la palabra, que buscaba soluciones honorables para evitar el derramamiento de sangre entre países enfrentados, cuyo costo era infinitamente mayor que mantener la paz así fuere precaria e inestable. Lo hizo persistentemente durante sus diez años de Secretario General de la ONU. También fue una persona con un gran sentido del deber, que lo llevó a enfrentarse a Fujimori en las elecciones de 1995, a pesar de ser consciente que resultaba muy difícil triunfar sobre la maquinaria montada por Montesinos.
Recuerdo un testimonio de un colaborador suyo, Antoine Blanca, uno de sus principales adjuntos cuando desempeñó la Secretaría General. Antoine Blanca, fue luego embajador de Francia en el Perú entre los años 1998 al 2001, coincidente con su premierato durante la presidencia de Valentín Paniagua. Dicho diplomático me contó reiteradamente que cuando lo asistió en las Naciones Unidas, nunca había visto a ningún líder mundial con su habilidad negociadora para desactivar bombas. Según Antoine Blanca la principal virtud de Pérez de Cuéllar era su serenidad en los momentos más tensos, lo cual a veces generaba la impresión equivocada de ser un hombre gélido. Incluso hace poco algún comentarista lo comparó con un relojero en un cuarto donde la gente se arrancaba los pelos discutiendo sus posiciones. ¡Extraordinario elogio porque cuando estamos frente a una bomba de tiempo, nadie mejor que un experto relojero para impedir que estalle!
Sin embargo esa impresión de su excesiva frialdad llevaba a engaño como una de las características centrales del carácter de Javier Pérez de Cuéllar. En su vida personal no lo fue. Como líder político pude apreciar que no obstante ser discreto, a ratos podía ser cortante. Ese temperamento decidido lo ocultaba exhibiendo una exquisita educación gracias a su formación diplomática. Pero podía perder la paciencia, tal como una vez lo experimenté siendo decano del CAL por una gestión ante el Congreso que no resultó de su agrado. Fue una persona de buena fe apegada a los valores supremos del hombre y gran maestro de derecho internacional, debiendo ser recordado por las nuevas generaciones como paradigma de hombre público.