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IV Domingo de Pascua

Fecha Publicación: 11/05/2019 - 20:40
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¡Felices Pascuas a todos! Estamos ante el IV Domingo de Pascua. Recordemos que hoy, la Iglesia Universal celebra la Jornada Mundial de la Oración por las Vocaciones para que Dios suscite pastores para su Iglesia, pues si no hay pastores las ovejas corren peligro, están perdidas, y no saben hacia dónde van.

La primera lectura es de los Hechos de los Apóstoles y nos permite ver la expansión de la Iglesia, cómo el Señor acompaña, precede y sobrepasa a la comunidad apostólica: “En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo. Entonces, dijeron sin contemplaciones: “Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra”. Hermanos, te invito a ti, que eres bautizado y católico, a que retornes a la Iglesia. Acércate que ella, como una madre te acoge con los brazos abiertos. Hermanos, todos somos pecadores, pero la gracia de Dios acampa en tu corazón y en el mío para que podamos ser hijos de Dios y tener su naturaleza. No te justifiques, pasa lo viejo, todo es nuevo, una nueva vida te espera en Cristo.

Termina diciendo la primera lectura: “Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron”. A ese pueblo no le interesó Dios, rechazó al Espíritu Santo y a los hombres que habían sido enviados para su salvación.

Respondemos a esta lectura con el Salmo 99: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño. Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría”. Hermanos, aclamemos al Único que tiene poder, porque Él es bueno, su misericordia es eterna. Él único que tiene misericordia con nuestras equivocaciones es Dios. ¡Ánimo! Retornemos a la gracia de Dios.

La segunda lectura es del libro del Apocalipsis: “Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y uno de los ancianos me dijo: “Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas”. El cordero es Jesús, aquel hombre ultrajado y despreciado. Ese es el cordero que comemos y deseamos tener en nuestro corazón. Animo, que ese hombre que despreciamos nos perdona, se llama Jesús de Nazaret. Dios nos está llamando a sentarnos junto al trono de Jesús. Los sacerdotes en la Iglesia, tenemos la misión de conducir una muchedumbre, bautizada ante Dios, ante su juicio. Ánimo, hermanos, que como nos dice la Palabra, Dio te enjuaga las lágrimas de tus ojos.

En el Evangelio según san Juan: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”. Él es quien da la vida eterna por ti y por mí, para que no perezcamos. No hay cosa más triste que no encontrar un sentido a la vida, la misión que tiene Jesús es que encuentre, junto a él, ese sentido. “Yo y el padre somos uno”, dice el Señor. Son una unidad del alma y de espíritu. En ello reside, experimentar la vida eterna, que es a lo que te ha llamado a ti el Señor. Hay que ser uno con el Señor. Que el Espíritu Santo habite en cada uno de ustedes.