Isla Santa Rosa, sin lugar a chovinistas
A estas alturas, peruanos y colombianos, estimo, tenemos claro que las descolocadas declaraciones del presidente de Colombia, Gustavo Petro, acerca de un imaginario conflicto de soberanía sobre la isla de Santa Rosa, ubicada en el departamento de Loreto, zona de triple frontera, en medio del río Amazonas, no son sino un viejo truco para levantar su alicaída aprobación como mandatario en el país cafetalero, un distractivo para alejar los reflectores de este y su cuestionada gestión, pretendiendo direccionarlos sobre un tema altamente sensible para cualquier nación: sus límites territoriales, que en otros tiempos hubiera prendido, si ambos países no tuvieran meridianamente claro que la soberanía y jurisdicción sobre dicha isla la ostenta el Perú de forma continua, pacífica y pública desde el Tratado de Salomón-Lozano de 1922, reafirmado por el Protocolo de Río de Janeiro de 1934.
Tan claro lo tienen en el país del norte, que en un incidente de julio del 2024, como lo ha recordado nuestro ministro de Relaciones Exteriores, Elmer Schialer, diplomático de carrera, a raíz de nefastas declaraciones de un funcionario colombiano acerca de que la citada isla “fue ocupada irregularmente” y que no era territorio peruano, merecieron unas disculpas públicas de parte de la Cancillería de Colombia (gobierno de Petro), enmendándole la plana al desubicado servidor, disculpas que fueron aceptadas por el Perú, superándose el tema.
Luego entonces, ¿a santo de qué Petro retoma un fantasmal diferendo? La respuesta cae de madura y está señalada al inicio de este artículo de opinión. Por lo cual, no debemos seguirle el juego a este claroscuro personaje que, además, sigue guardando consideraciones de presidente al golpista Pedro Castillo y cuyo mandato acaba en agosto del 2026; es decir, ya está de salida. Así tampoco deben enfriarse nuestros lazos de hermandad con el pueblo de Colombia.
Lo que son las cosas: tanto que le fustigamos los peruanos a la jefa del Estado, Dina Boluarte, el dar la cara, pronunciarse activa y personalmente, sin apelar a voceros oficiosos, sobre los temas nacionales y rendir cuentas, en este particular caso, de nuestra legítima soberanía sobre la isla de Santa Rosa, ha hecho bien en dar un único mensaje a la Nación, escueto y tajante, de que no hay nada pendiente que tratar. ¿Para qué más?
Queda ahora, como bien lo ha hecho saber el ministro Schialer, limitar el desaguisado generado unilateralmente por Gustavo Petro para ser tratado por los canales diplomáticos, lejos de falsos nacionalismos o chovinismos baratos ni aprovechamientos políticos de ambos lados. Por lo pronto, de nuestra parte, estamos en buenas manos, representados por nuestra experimentada diplomacia de Torre Tagle.
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