Informe desde Amazonas
Escribo desde Chiriaco, localidad del distrito de Imaza, provincia de Condorcanqui, región Amazonas.
Partimos de Lima rumbo a Jaén. Se supone que el vuelo tardaría una hora con diez minutos; efectivamente tardó así, sin embargo no arribamos por el mal clima, el piloto tuvo que hacer una pirueta notable para aterrizar en el aeropuerto de Chiclayo, ponerle combustible al avión, esperar que pase el mal clima y volver a cruzar el cielo para llegar a nuestro destino. Aterrizamos en Jaén a las diez y media. Tomamos un taxi rumbo a Bagua y en Bagua un colectivo hacia Chiriaco. Ricardo Solano y Edward Cahuaza, mis compañeros de viaje, no dudaron en aceptar el reto de internarse conmigo en la selva, contemplar el curso del río Chamaya, deslumbrarse con el Marañón y el Ukubamba, mientras sorteábamos la cordillera Colán, acaso lo más parecido a las montañas alemanas por el vigoroso color de su vegetación.
En Chiriaco nos esperaba Cristóbal Juep, líder de una comunidad quien tuvo la gentileza de invitarnos para conocer la realidad de esta región. Cristóbal nos dio la bienvenida llevándonos a su fundo, hemos caminado tres horas entre la espesura del bosque, subimos durante una hora a lo que él denomina “El mirador de los cóndores”, luego descendimos a la ribera del río, cortamos caña y nos hemos tendido sobre unas hojas de plátano a contemplar la riqueza de este territorio virgen de occidente. Una boa cruzó sin darnos importancia, a lo lejos escuchamos el aullido de un puma y vimos el salto de una tarántula sobre una planta de cacao. Nos hemos sentido tan pequeños aquí, sin celulares timbrando para advertirnos sobre la próxima reunión, sin señal de internet, sin redes antisociales que no he dejado de pensar en aquellos años cuando mi padre nos llevó a vivir a las montañas de Tumbes. Aún tengo la pericia de sortear las piedras, la hojarasca, el lodo y, aunque parezca increíble, todavía funciona el truco de morderme la lengua para evitar el ataque de insectos y reptiles.
La selva de Perú es impresionante, Haruko san, su desolación también.