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Fecha Publicación: 24/07/2020 - 21:00
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La visita de Vizcarra a Arequipa fue desastrosa, política y moralmente. Encontró el repudio de la población y del personal de salud, un rechazo inesperado para él pues no se refleja en las encuestas elaboradas para hacerle feliz, ni en la prensa rastrera. Lo peor debe haber sido percatarse de su mediocridad, de su orfandad de pensamiento, de su falta de visión y empatía con el pueblo para enfrentar conjuntamente un período tan trágico, y a puertas de estallar socialmente, como el desatado por la pandemia.

Los líderes además de honestos, capaces y transparentes deben ser solidarios, la roca a la que el pueblo se aferra en los momentos más duros, el faro que les guía hacia tierra segura; sus compromisos deben cumplirse y estar a la medida de sus posibilidades: “Nada tengo que ofrecer, salvo sangre, sudor, lágrimas y fatiga”, dijo Winston Churchill a los británicos en sus horas más oscuras, y recientemente el Rey Felipe de España abrazó a todo un país doliente al decir: “No están solos en su dolor, es un dolor que compartimos, su duelo es el nuestro, que hoy se hace presente ante todos los españoles”.

En cambio Vizcarra, ay Vizcarra, llegó a Arequipa donde todo fue una puesta en escena: los enfermos escondidos en carpas, un aparente orden en el hospital, aunque médicos y enfermeras gritaban que todo era una mentira. El hombre quería su foto del éxito inexistente, del disimulo de la estrategia fracasada. ¡Clic! y con su comitiva salió raudamente, tan veloz iba el convoy que una camioneta policial se volcó, mientras el presidente pretendía dejar atrás la verdad.
La señora Celia Capira entre lágrimas, corrió más de 300 metros, desesperada tras la comitiva presidencial, gritando: “¡Por qué lo dejan ir! ¡Por qué lo dejan ir! ¡No piensan en su familia! ¡Todos tenemos familia! Mucha gente se está contagiando porque no apoyan. Yo tengo a mi esposo mal. Por favor. ¿Por qué no lo invitan a ver la carpa? ¿Por qué son así? ¡Son unos malos!”. Al día siguiente su esposo murió y Vizcarra pidió perdón, “no sabía que quería hablarme”, como si acaso le importara aquella mujer a nuestro Poncio Pilato, proveedor de Odebrecht y apoderado de la corrupta y corruptora Graña y Montero.

Avanzar como un país justo, decente y con voluntad humanitaria, que pueda resurgir de las cenizas económicas y del dolor, reclama verdad, lucha contra la corrupción y búsqueda de unidad entre peruanos; asuntos indiferentes para Vizcarra y los suyos.