Independencia, soberanía y autonomía
Los tres términos son las bases que han definido la estructura de los estados modernos y la autodeterminación de los pueblos, protección de sus derechos y libertades.
La independencia se refiere al estado de una nación que no está bajo el control de otro poder y conllevó a la formación de nuevos estados. El inicio de esta nueva era la encontramos en América con la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, que fue el inicio para los demás movimientos de independencia en América Latina. Ella implica la capacidad de un estado para tomar decisiones políticas, económicas y sociales sin intervención de otro, contando para ello con reconocimiento internacional, capacidad de defender el territorio e intereses nacionales.
La soberanía corresponde al poder supremo de un estado para gobernarse a sí mismo sin interferencias externas. Este concepto se consolidó con la Paz de Westfalia en 1648, con la que se puso fin a las guerras religiosas en Europa y estableció el principio de soberanía estatal. Corresponde a la exclusividad del poder estatal y la no intervención de actores externos, manifestándose en la capacidad de legislar, administrar justicia y llevar a cabo políticas públicas.
La autonomía es la capacidad para gobernarse a sí mismo dentro de un estado más grande. Esto se brinda a determinados organismos públicos que garantizan los derechos ciudadanos, se protege a determinados grupos como, en lo que a nuestro caso corresponde, las comunidades campesinas y nativas. De esta forma, organismos constitucionales, regiones o comunidades pueden manejar sus propios asuntos dentro del marco de un estado soberano, tal como la gestión de recursos, la preservación de la cultura y la implementación de políticas locales.
Es usual que vinculemos a la independencia con violencia. No obstante, tenemos un caso singular en la India, cuando, en 1947, la población liderada por Mahatma Gandhi y Jawaharlal Nehru lograron su independencia a través de un movimiento pacífico y de resistencia civil.
Regresando a nuestro continente, las independencias de las colonias, hoy estados que conocemos, se iniciaron en el último cuarto del siglo XVIII y continuaron durante el siglo XIX. Con ello se logró la ausencia de control externo y la capacidad de un estado para autodeterminarse (independencia) y se constituyó el poder supremo y absoluto de un estado sobre su territorio y asuntos internos (soberanía).
No obstante, con el surgimiento de entidades supranacionales y derechos universales, especialmente las Naciones Unidas en 1945 y los Derechos Humanos en 1948, los estados actuales mantienen su independencia y la soberanía ha sido parcialmente disminuida voluntariamente. Esto a razón de organismos y cortes de justicia internacionales que, si bien no son estados, sus resoluciones deben ser acatadas, a pesar de estar en contraposición con el ordenamiento o políticas de un estado.
Mario Vargas Llosa, en su obra “La Fiesta del Chivo” (2000), nos deja la siguiente frase: “El problema de la soberanía es que, a menudo, se confunde con la impunidad”. ¡Felices Fiestas Patrias!
*Abogado, docente universitario, consultor legal
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