Iglesia, Cuerpo de Cristo
Queridos hermanos, estamos ante el III domingo del tiempo ordinario. La primera lectura del profeta Jeremías nos habla sobre el sacerdote Esdras: “Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión, abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: “Amén, amén”. Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. “Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios: No estéis tristes ni lloréis”, dijo”. Esdras celebró la Palabra con el pueblo, esto es muy importante hermanos, porque la vida del pueblo de Israel y de todo cristiano viene de la escucha de la Palabra de Dios, que tiene el poder de sanar y destruir la muerte, el duelo y la tristeza.
Damos respuesta a esta lectura con el Salmo 18: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable”.
La segunda lectura es de la carta de San Pablo a los Corintios y se nos muestra a la Iglesia como un solo cuerpo: “Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro sino muchos. Si el pie dijera: “No soy mano, luego no formo parte del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo”. La Iglesia es un sólo cuerpo, conformado por muchos miembros y cada uno de los miembros del cuerpo tiene una misión. Cuando un miembro sufre, sufre todo el cuerpo. La Iglesia es un cuerpo que va en sintonía, en una comunión especial, porque Cristo ha vencido aquello que corrompe al cuerpo, que es la descomunión. Dios ha destruido al ser que ha traído la muerte, el demonio, el pecado.
La Iglesia es el cuerpo de Cristo y fruto de ella, aparecen apóstoles, profetas, maestros, en una Iglesia con diversos carismas. Este es el don de Dios, un amor que se distribuye en una comunidad cristiana para obedecer a la misión a la que ha sido llamada.
Respondemos con el Aleluya: “El Señor me ha enviado a enseñar el Evangelio a los pobres y a anunciar a los cautivos la libertad”.
El Evangelio de san Lucas nos dice: “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad”.
Esto es lo que anuncia hoy, la Iglesia. Se nos anuncia un año de gracia que puede cambiar nuestras vidas, si ponemos todo nuestros deseos, nuestro corazón y carga afectiva en disposición de Dios. Ello nos conducirá hacia un hombre nuevo, un hombre según Dios.
Jesús les dijo también: “Venid conmigo que los haré pescadores de hombres”. Es la llamada de Dios a los discípulos, la misma que Él te hace a ti, te propone dejarlo todo y seguirlo. Los discípulos dejaron sus redes en el mar, es decir, dejaron su seguridad, sus trabajos. Dar nuestros vienes a los pobres y seguir a Jesucristo, supone un miedo pero los discípulos creyeron, porque tenían la seguridad que Dios provee y confiaban que estaba con ellos.
Dios nos está llamando a ser cristianos, a ser felices. Ánimo, hermanos, hay que abrir nuestro oído, sanar nuestro corazón y ser testigos de la resurrección de Cristo. Que este espíritu habite en cada uno de nosotros.