Hezbolá y la decadencia en Líbano
Líbano, símbolo de prosperidad y estabilidad en Oriente Medio hasta 1970, vive un continuo deterioro desatado durante la guerra civil (1975-1990), crisis exacerbada en 1982 con la influencia de Hezbolá y su relación con Irán.
La reciente muerte del líder de la organización, Hassan Nasrallah, durante un ataque israelí, agrava la situación. El Acuerdo de Paz de Taif en 1989 asignó poderes basados en religiones, desatando divisiones sectarias. Pero desde 2019, el Líbano atraviesa una crisis económica y social con el 80 % de pobres y el 68 % de la población en condiciones de pobreza extrema; situación agravada por los conflictos religiosos entre musulmanes chiitas, sunitas, cristianos y drusos.
Mientras el gobierno y el ejército intentan mantener la estabilidad, Hezbolá opera como un estado paralelo dentro de otro, usando al Líbano como base de operaciones militares y políticas que obstaculizan el desarrollo. Hezbolá, fundado en 1982, es la principal fuerza paramilitar y política de Irán.
Su brazo militar, el Consejo de la Yihad, ha librado guerras asimétricas, ataques suicidas y operaciones militares a nivel global, incluyendo atentados terroristas en América. A pesar de ser declarado terrorista por 20 naciones y la Unión Europea, tiene representación política en el Parlamento libanés.
El Acuerdo de Taif estipulaba el desarme de todas las milicias, pero Hezbolá nunca entregó las armas, acumulando hoy un arsenal de más de 150,000 misiles proporcionados por Irán. Cuenta con el apoyo de la comunidad chiita y el rechazo de sunitas, drusos y cristianos. Solo el 30% de los libaneses expresa confianza en el grupo, criticado por socavar la soberanía, arrastrando al país a conflictos ajenos.
Hezbolá, principal brazo proxy de Irán, sirve a los intereses de Teherán como pilar que sustenta a la organización, recibiendo armas, entrenamiento y financiamiento. Además, juega un papel clave en la guerra civil siria, apoyando al régimen de Bashar al-Ásad con el respaldo de Rusia. Este entramado de alianzas involucra al Líbano en conflictos regionales, aislándolo diplomáticamente y agravando la crisis interna.
El 28 de septiembre, Hassan Nasrallah fue abatido en Beirut durante la cumbre realizada en un búnker que creyeron inexpugnable. Líder de Hezbolá por 32 años, era una figura controversial, responsable de guerras y atentados terroristas que lo convirtieron en blanco prioritario para Israel y otros países del mundo.
Su muerte, sumada a la de toda la cúpula y otros altos mandos gravemente heridos, representa un golpe devastador para Hezbolá y un punto de inflexión en la política libanesa y regional. Sectores de las comunidades cristianas y minorías islámicas ven en esta crisis una oportunidad para liberarse del control de Hezbolá. Irán debe decidir cómo apoyará a sus aliados sin exponerse a riesgos, evitando enfrentamientos directos.
El Ayatolá Ali Jamenei ha pedido solidaridad a sus fuerzas proxy de Hezbolá en Líbano y Siria, Hamás, Yihad Islámica Palestina, hutíes en Yemen y milicias chiitas de Irak, quienes han continuado atacando a Israel en señal de solidaridad. La polarización es evidente: mientras unos veían a Hassan Nasrallah como héroe de la resistencia, otros lo consideran un obstáculo para la paz y la prosperidad.
Su muerte es un duro golpe para Hezbolá que redefine el equilibrio de poder de Irán, quien debería recalibrar su estrategia regional. Israel ha logrado un éxito estratégico, pero Líbano queda en una situación de incertidumbre, con grandes desafíos políticos y sociales.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.