Hermano ausente
Quienes laboramos por más de 40 años en diferentes medios de prensa de Lima y otras regiones, distanciados, por nuestra edad, de todo lo que significa espacio periodístico -acreedor de la mitad de nuestra vida-, queremos agradecer de antemano el desprendimiento profesional de los editores de este medio de circulación, por publicar este texto, pues el sábado 9 de mayo pasado, cuando toda la prensa tiene el matiz trágico Covid-19, nos afligió saber que partió hacia donde nace el sol, para vivir en tiempo presente lo que para que nosotros es futuro, nuestro querido amigo Antonio Martínez Sánchez (“el gato”, entre sus íntimos), gerente de producción en varios medios, quien, por su don de gentes, se ganó el respeto y aprecio de los trabajadores de Correo, Ojo, El Observador, Editora Nacional (Expreso, Extra), donde modernizó todos los sistemas de preprensa y, también, la planta impresora, El Comercio, El Peruano, bajo el afectuoso o cariñoso trato de don Antonio, pues en él se reflejó siempre el pensamiento de la madre Teresa de Calcuta: “Si no sirves para servir, no sirves para vivir”.
Haciendo remembranzas de todo lo que vivimos juntos, evocamos nuestras experiencias, vivencias y anécdotas, graficadas en diferentes actividades, como son: las amanecidas de trabajo -el periódico ya impreso debería ser el primero en llegar al repartidor o distribuidor-; al cierre de edición las llegadas al Superba (un buen pisco), al América (una buena sopa criolla), confraternizar con gente de otros diarios que llegaba allí; sus ausencias al extranjero para especializarse más en su profesión -quería estar siempre al día-, al regreso un presente para su casa y la nuestra; su forma de dirigir al personal -con respeto y justicia-; su trato -siempre con una sonrisa-; en la adversidad -darse la mano y ayudarse unos a otros-; frente a un problema -todo tenía solución-; los campeonatos de fulbito (él era el arquero) donde siempre quería campeonar; y es más: conocí su convivencia familiar, siempre repartiendo amor abundante a los suyos.
Aquello ha quedado perdido, no existe más, pero “recordar es volver a vivir” y es el disfrute en nuestros días y vivencias otoñales; más aún, leyendo, entre otros, a Fray Luis de León en su “A la vida retirada” y recordando su célebre frase: “Como decíamos ayer”.
Pues bien, se fue don Antonio hacia Dios, en el mes de mayo, de Nuestra Madre María, con sus ojos verdes apagándose, atrás iban quedando muchos años de esfuerzos, estudios, sacrificios. Viajó hacia el azul, pasó la frontera de todos los silencios y todos los olvidos. ¡Ya sé! ¡Ya sé! Se nace para morir. Es la ley de la existencia. Lo sabemos porque somos sobrevivientes de muchos, muchos seres queridos.
Pasó sus últimos días junto a su esposa Nelly, la mujer de su vida, con sus 55 años de matrimonio y sus hijos: José Antonio, Iris, Sara, Juan Carlos, cuyo hijo le recitaba el poema “Tengo las manos ásperas” y Antonio se emocionaba.
Vivirá en nuestros recuerdos siempre porque a quienes creemos en Dios, como él, el cielo nos da esa luz que ilumina su ausencia. ¡Ríanse si quieren los incrédulos! Pero así pienso yo. Y no necesito edulcorarme con filosofías ajenas a mis creencias. Lo que no es escapismo. De ninguna manera. Es nuestro modo de ver la vida.
Resumiendo: despojados de todo egoísmo queremos, con este texto, mostrar el espíritu generoso, que es peculiar en la índole piurana, ante la cotidiana realidad del hermano ausente.
Jorge A. Alvarado Cevallos