Hechos consumados
Se repite con frecuencia la frase atribuida a Nicolás de Piérola que, sin duda, grafica una visión madura y exacta de sus contemporáneos nativos: el Perú es un país de desconcertadas gentes. Paco Igartua solía utilizarla en los editoriales de la revista OIGA cada vez que creía necesario comentar la anuencia mayoritaria a lo que juzgaba disparates políticos de efectos devastadores.
Ensayo una apreciación particular sobre el dicho de “El Califa”. Quizás pretendió referirse a la desesperante ausencia de bases lógicas o siquiera razonables de las mayorías para formarse opinión propia y su permanente recurrencia a la ajena si logra calzar con sus prejuicios o ilusiones.
Ello explicaría no solo la abundancia de opiniones mediáticas (más de 240 semanales a nivel nacional, según una tesis universitaria) sino la consagración de muchas y muchos como referentes inequívocos, incluso con mayor peso que quienes se hacen llamar líderes políticos. Ciertamente, el desconcierto es su (nuestro) campo árido donde sembrar, vasos que se presentan medio llenos o vacíos, colores exhibidos según el cristal con que se mire.
Sin embargo, Piérola emitió otra sentencia que es poco recordada pese al polémico eje de su enunciado: el Perú es el país de los hechos consumados. Vale decir, la patria del acomodo y la lenta adaptabilidad a las circunstancias. No la de grandes rebeldías o revoluciones, obra siempre de minorías activistas y decididas. Como que el mismo Piérola encarnó el agudo sentido del oportunismo para adormecer a las masas, hacerse del poder, ejercerlo a la mala y luego sucumbir al intento de un pacto fijo contra los arrestos autoritarios de Andrés A. Cáceres que dio nacimiento a la República aristocrática.
Por tratarse de un elemento esencial de nuestra controvertida y dispersa identidad, cambian los actores y también los núcleos sociales dominantes pero no la conducta colectiva. El balcón de espectadores no comprometidos con las refriegas y sí profundamente con su trabajo y el pan diario que lleva a su casa, termina imponiendo la atmósfera conformista. Los hechos consumados pasan a la categoría de hechos consagrados.
Algo así se percibe en estos días sin que el esfuerzo del Ejecutivo o el Legislativo, tampoco de los nuevos gobiernos regionales y locales, se haga notar para endosárselos. Es pura inercia. Una ola que surfean las autoridades en aras de recuperar dinamismo económico, inversiones, fuentes de trabajo, proyectos de obras mínimas, celebración de festividades (Cajamarca y Arequipa dieron gran ejemplo) y clima de paz. Clima solo merecido si se combate con firmeza el vandalismo terrorista al cual no le falta opinología solapadamente favorable.
Dina Boluarte va por el cuarto mes de mandato presidencial. De ella dependerá el flujo de los hechos consumados por su origen legítimo y constitucional (que también hace frente a la camarilla roja del extranjero) o enajenarlos mediante la persistencia en las medias tintas o la improvisación.
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