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Hay hermanos, muchísimo que hacer

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Fecha Publicación: 31/08/2019 - 21:00
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En los hospitales del Perú, aprendes dos cosas: a despreciar médicos y enfermeras indolentes que no son capaces de entender la preocupación de la familia que pregunta por sus pacientes y a perdonar a esos médicos y enfermeras indolentes que no son capaces de estar a la altura de una responsabilidad que necesita paciencia y empatía. Debería formarse psicológicamente al personal médico.

Un trabajo de tensión no necesita de muros sino de puertas, de interacción noble y cordial. Una enfermedad genera dolor, el dolor tristeza y la tristeza enferma. La vida, con todos sus complejos, es un milagro. Por eso, por muy trágico que sea nuestro día, a nosotros nos toca responder con energía. Si el cuerpo no tiene defensas, la voluntad sí.

Estamos tan mal, que un ciudadano en el Perú debe aprender a fortalecer su voluntad, a prepararla para el día cuando necesite atención en un hospital público. Vivo esto en carne propia ahora que tengo a mi madre internada en el Hospital de Policía y a mi hermano menor en el Cayetano Heredia. Por supuesto, hay honrosas excepciones. Hace más de una década, en el segundo gobierno de García, sucedieron dos acontecimientos que deberían invitarnos a la reflexión.

El poeta Alejandro Romualdo falleció en la más absoluta de las soledades, con un Estado de espaldas a su tragedia y con un gobernante que lo olvidó pese a declamar su poesía durante la campaña. El otro incidente ocurrió con acaso el más grande narrador del siglo XX peruano. Miguel Gutiérrez sufrió un infarto y para ser atendido en el hospital Almenara su esposa tuvo que llamar a la prensa.

Esa misma noche, Vargas Llosa sufrió una descompensación y mientras la señora de Gutiérrez pedía a través de los medios una cama para el autor de “El viejo saurio se retira”, el mandatario enviaba a su edecán para que esté pendiente del Nobel. Lamentable en un país que le debe tanto a sus artistas, pero cuyas autoridades no han sido capaces de reglamentar un seguro que les haga justicia. “Señor ministro de salud, qué hacer”, repite aún el gran Vallejo.