¿Hasta cuándo, señores congresistas?
Durante la pandemia de COVID-19, muchos congresos de Norte y Latinoamérica adoptaron la modalidad de participación remota, para garantizar la continuidad de sus funciones. El Congreso peruano implementó inmediatamente sesiones virtuales, tanto para el pleno como las comisiones, mostrando su escaso sentimiento del deber, escasa responsabilidad y poco respeto a los ciudadanos que les pagan el sueldo para que trabajen por ellos. ¡No para hacer cualquier otra cosa, como ciudadanos conscientes de su deber único en la misión legislativa!
Evaluando nuestra realidad ante el resto de América, resulta que Estados Unidos, el líder mundial, ni siquiera durante la pandemia adoptó oficialmente la participación remota para votaciones en el Congreso; aunque permitió el uso de tecnologías para reuniones y audiencias virtuales. Chile y Colombia sí recurrieron a la virtualidad para seguir sus actividades legislativas; aunque exclusivamente durante la emergencia sanitaria. Si bien estas medidas fueron útiles en su momento, superado el problema los congresos a nivel mundial han retornado a la normalidad.
Sin embargo, en el mundo aún quedan países que mantienen este mecanismo para eventuales emergencias. Chile, por ejemplo, hoy recurre a este procedimiento en determinadas ocasiones, como ciertas sesiones de sus comisiones congresales; Brasil lo aplica para votaciones que, a criterio de la Mesa Directiva, no requieren presencialidad. Eventualmente la Unión Europea apela a la no presencialidad, exclusivamente en casos justificados.
El Perú, sin embargo, mantiene firme la virtualidad, pese a haberse producido debates para eliminarla, limitándola exclusivamente para “casos excepcionales”, como desastres naturales y/o emergencias sanitarias. ¡No señor! Nuestros gloriosos parlamentarios han mantenido a tope la nefasta, cleptómana práctica de la virtualidad, tanto para las sesiones legislativas como para la participación en comisiones. Una franca muestra de su desprecio por la ciudadanía que los eligió para que TRABAJEN TODOS LOS DÍAS en el Congreso. ¡No para que hagan lo que les venga en gana; inclusive hasta trabajar subrepticiamente en otra parte, y/o dedicarse a conspirar contra el Estado, cobrando encima un inmerecido, elevadísimo sueldo, que lo acaba pagando usted, amable lector.
Por cierto, los poderes Ejecutivo y/o Judicial no mantienen la absurda virtualidad, como hace el Legislativo, reafirmando su total aprecio por la población. Eso tampoco ocurre en el sector privado, incluyendo a millones de informales que trabajan incesante, cotidianamente para llevar un pan a sus hogares, cumpliendo escasamente con sus necesidades vitales y familiares.
Entonces, ¿sobre qué preceptos y/o basados en qué justificaciones los parlamentarios pueden sustentar su insolencia —el ausentismo, trajeado de una virtualidad atentatoria contra el progreso nacional; pero sobre todo, rayana en la complicidad con el crimen organizado que campea en casi todas las ciudades del país, precisamente por falta de leyes para confrontarlo, y/o, peor, por malas leyes paridas desde sabe Dios qué estancias por aquellos congresistas que perseveran en continuar legislando desde lugares desconocidos? ¿Hasta cuándo soportaremos semejante burla contra la sociedad, por un puñado de privilegiados que han decidido hacer lo que les venga en gana, pagados puntual —y exageradamente— por usted, amable lector, no obstante la limitadísima capacidad intelectual de buena parte de los legisladores?
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