Hacia una tercera posición: diálogo y flexibilidad estratégica
El viraje de la política hacia la extrema derecha ha dejado de ser un fenómeno aislado para convertirse en una tendencia de época. Asistimos al resurgimiento de un movimiento esencialmente antipolítico, que utiliza dicotomías irreductibles y presenta al adversario como el mal absoluto, imposibilitando cualquier forma de diálogo. Este fenómeno no es nuevo: poco tiempo atrás, la izquierda marxista cayó en prácticas similares. Hoy, vemos el péndulo moverse hacia el otro extremo.
El diálogo, sin embargo, es un elemento necesario e indispensable para una vida democrática saludable. No hablamos del diálogo entendido como una mera discusión entre élites políticas, sino del intercambio sincero orientado a la generación de acuerdos. La política necesita del diálogo para sostener la convivencia civilizada. Cuando los antagonismos se intensifican y amenazan con disolver la unidad política, el diálogo se vuelve aún más urgente. El teórico alemán Carl Schmitt sostenía que la política consistía, precisamente, en entenderse con el rival y llegar a acuerdos.
Frente a este escenario, la estrategia adecuada debe articular demandas desde una flexibilidad táctica que permita construir alianzas programáticas. Estas no solo deben buscar la victoria electoral, sino también asegurar la sostenibilidad de la acción política en el gobierno desde una perspectiva reformista. En esa línea, el aprismo tiene mucho que ofrecer. Nos ubicamos como una tercera posición entre la izquierda marxista y la derecha extrema, defendiendo un “cambio responsable”, como lo hicimos en 2006 cuando la izquierda radical internacional intentó intervenir en nuestra política. Votar por el aprismo es respaldar una opción humanista que valora la política como medio de entendimiento social y motor de transformación.
Eliminar el diálogo significa aniquilar la política como praxis humanística y la democracia como forma de organización social. Schmitt advertía que, cuando el diálogo desaparece y se rompe la unidad política, surge el soberano como poder excepcional. Hoy, ese poder se apoya en herramientas tecnológicas que permiten un control social total y vertical. Este leviatán postmoderno podría derivar en una de las peores dictaduras de la historia. Ya lo hemos visto en el Perú, con el caso de Martín Vizcarra, quien concentró un poder extraordinario durante la pandemia del COVID-19, afectando directamente la vida de millones de peruanos. El problema no fue solo su mala gestión o la corrupción, sino la posibilidad de que una persona acumule tanto poder en un contexto excepcional.
La excepcionalidad no puede convertirse en norma. Lo que necesitamos es estabilidad institucional que permita el diálogo y canalice las demandas ciudadanas insatisfechas. Solo así podremos superar la actual polarización. Los partidos políticos tienen la responsabilidad de defender la política como una actividad ética y humana.
Por eso, desde la corriente de renovación del APRA, impulsaremos un gran “diálogo social” que nos permita validar y enriquecer nuestra propuesta de una verdadera “agenda social”.
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