¿Ha funcionado la reforma del transporte en Lima?

Cuando se inició la reforma del transporte en Lima hace ya casi diez años, muchos fuimos sorprendidos por las nuevas reglas de juego que se establecerían para el transporte público. Como todo cambio, trajo resistencias de distintos frentes, pero terminó siendo implementada y los limeños hicieron lo posible por adaptarse.

Sin embargo, la reforma parece debilitarse día a día, y el Sistema Integrado de Transporte del que se habló alguna vez, quedó solo en la fantasía de los funcionarios municipales y del MTC, que ni siquiera han podido lograr que las tarjetas del Metropolitano y del Metro de Lima puedan usarse indistintamente; aunque sí se puede usar la del Metropolitano para los Corredores Complementarios.

A pesar de ser un método funcional en varios otros países, las tarjetas han sido imposibles de instaurar en la realidad de una Lima tan caótica, inmensa e informal. Los Corredores Complementarios, que supuestamente funcionarían solo con tarjetas, han tenido que ceder y cobrar en efectivo, pues muchos de sus usuarios no cuentan con tarjetas, y deben competir contra los autobuses de transporte público y colectivos informales que utilizan sus mismas rutas, motivo por el cual el Corredor Amarillo suspendió sus operaciones, y otros corredores amenazan con también hacerlo.

Pero los problemas para el transporte formal y ordenado no solo perjudican a los Corredores Complementarios; ya parece normal que la policía encuentre tarjetas del Metro de Lima clonadas, con las cuales sujetos inescrupulosos lucran, generando un perjuicio a los usuarios (por el sobrecosto que les cobran), y al Estado (que subsidia los pasajes). Incluso hace poco se encontró una tarjeta clonada con casi 4 millones de soles.

También se debe considerar la saturación de los sistemas de transporte, algo que se nota, particularmente, con el Metropolitano y el Metro de Lima, donde muchas veces se tiene que hacer colas de hasta media hora para conseguir entrar a un bus o vagón; hecho que se complica más si consideramos que estos sistemas de transporte no congregan ni al 10% del total de personas que se movilizan en transporte público.

¿Acaso la realidad del Perú se impuso ante la reforma del transporte? ¿La informalidad de nuestra economía, que llega casi al 80%, estableció sus propias reglas? Puede que sí. Lo lamentable de eso es que la informalidad siempre carga sobre sus hombros a la precariedad y a la vulnerabilidad.

El caso de los colectiveros informales es resaltante, pues su condición laboral los pone en peligro a ellos y a sus pasajeros. Por su parte, los conductores tienen que pagar cupos a mafias organizadas que se mueven en nuestra ciudad a vista y paciencia de todos, sin que nadie pueda hacer nada. Mientras los usuarios ponen su vida e integridad en riesgo, al subir a autos de personas que no necesariamente se encuentran calificadas para transportar pasajeros, y que en algunos casos terminan siendo criminales que los asaltan.

Aun así, los colectivos proliferan por la ciudad, y los usuarios, a pesar de los riesgos que implica, siguen requiriendo sus servicios; es decir, hay demanda, y, por lo tanto, irremediablemente, habrá oferta que la satisfaga.

Existe demanda por estos sistemas de transporte informales, porque, a pesar de toda la narrativa empleada desde el Estado y todos los intentos para crear un sistema ordenado y moderno, nunca ha existido la verdadera voluntad política de hacerlo, debido a que significaría un reacomodo de nuestros hábitos y la resistencia de distintos y amplios sectores.

Actualmente se están construyendo nuevas líneas del Metro de Lima, lo que seguirá reorganizando a la ciudad y cambiando sus necesidades, las cuales, si no son resueltas desde la formalidad, y con la suficiente autoridad para establecer una solución única e irrefutable, permitirán que la informalidad siga ganando la partida, condenando al fracaso a la reforma del transporte, y manteniendo a Lima sumida en el caos vehicular de siempre.

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