Gustavo Petro y su grave desubicación constitucional
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, se ha ido de narices al declarar desde Europa, donde cumple una gira por la península Ibérica, de que el fiscal general de su país, el magistrado Francisco Barboza, es su subordinado refiriendo expresamente de que “Yo soy el jefe de Estado, por lo tanto, el jefe de él”.
Por supuesto que la Corte Suprema le acaba de enmendar la plana recordándole que la Constitución no dice eso y Petro, sin piso, ha tenido que retroceder. Barboza lo ha calificado de dictador y el presidente lo inquiere por no investigar la muerte de más de 200 colombianos. La pugna entre el gobierno colombiano y los demás poderes del Estado es cada vez más notoria y Petro es el que más pierde. Sus declaraciones se parecen a las del rey Luis XIV de Francia que durante el absolutismo del Antiguo Régimen dijo: “El Estado soy yo”.
El tono de las palabras de Petro es muy riesgoso para la democracia en Colombia porque desnuda lo que podría ser un ascendente desprecio por la separación de poderes y ya sabemos cómo ha terminado en los países de América Latina, es decir, consumado las dictaduras como la de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Percibo que al primer mandatario de izquierda en la historia política del hermano país cafetero le está faltando cada vez más reflejos. Si acaso sigue disparándose a los pies –una actitud en contraste con la que percibí el día que asumió la presidencia en que lo saludé en mi condición de canciller del Perú–, con sus recurrentes enfrentamientos con los demás poderes del Estado, al tiempo que generará desestabilidad nacional, él mismo seguirá desgastándose cuando ni siquiera ha cumplido el primer año de su gestión.
La reciente advertencia al país por el fiscal Barboza sobre lo que pueda pasarle o a su familia es muy grave y obliga al presidente a asegurar que la integridad de toda la familia esté garantizada, de lo contrario, Petro seguirá debilitándose ante una opinión pública colombiana que podría perder la paciencia y comenzar seriamente a afirmar su desconfianza en un jefe de Estado desubicado, una terrible realidad para la gobernabilidad.
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