Guerra en Gaza: de 1938 a 2025
La historia tiende a repetirse, no siempre de la misma forma, obviamente, pero sí en cuanto a situaciones en las que un error de percepción o proyección pueden torcer los hechos con desenlaces funestos. Cuando Neville Chamberlain retornó de Múnich a Londres luego de entrevistarse con Hitler a fines de septiembre de 1938, lo hizo de manera triunfante, argumentando que había conjurado el peligro de guerra (a cambio de una porción de tierra de Checoslovaquia cedida a la Alemania Nazi) y que se podía hablar de “paz para nuestro tiempo”. Inicialmente fue vitoreado y elogiado, el Reino Unido no quería repetir los horrores de la Primera Guerra Mundial, 20 años atrás; sin embargo, los hechos posteriores se encargaron de poner en ridículo a Chamberalin y su política de “apaciguamiento”.
Hoy, en pleno siglo XXI y con sobradas lecciones de historia y geopolítica a sus espaldas, países como Francia, Reino Unido y Canadá pretenden reconocer al Estado Palestino ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Un escándalo por donde se le mire, un premio al terrorismo de Hamás financiado por Irán, un bosquejo de solución disparatado, en donde se tiene como premisa que el hecho de reconocer un Estado (que nunca lo fue de manera autónoma ya que siempre estuvo bajo el yugo de la OLP y luego de Hamás) lo convierte en tal y se solucionan todos sus problemas.
Ponen como condición, eso sí, que Hamás deponga las armas y entregue la totalidad del poder a la Autoridad Palestina para que, a su vez ésta, se encargue de instaurar un gobierno que garantice el bienestar y la representación de todos los palestinos, a la “usanza occidental”.
Pretender que Hamás depondrá las armas y se disolverá o que se convertirá en un ejército regular del nuevo gobierno palestino, y que entregará el poder a ese pueblo al que utiliza como escudo humano, es como volver nuevamente a 1938 y confiar en que Hitler se conformaría solamente con los Sudetes de Checoslovaquia.
Nadie en su sano juicio puede pensar que Hamás va liberar a los rehenes que aún tiene en su poder, hacer un “mea culpa” y dejar de lado su razón de existir, que principalmente es la desaparición del Estado de Israel. Porque para tomar decisiones que generen acciones en pos de la solución de un problema, hay que conocer ese problema; y si de un enemigo se trata, se lo debe conocer como a uno mismo, de acuerdo con Sun Tzu.
Hay que saber que el islam radical y quienes practican la Yihad, no aceptan otras formas ni otra “verdad” que no sea la suya y se valen de cualquier tipo de recurso para lograr sus objetivos.
Hamás es una organización terrorista sunita, que está enfrentada a la rama chií del islam, sin embargo, ha sido financiada por Irán, de mayoría chií, con quien tienen un enemigo común que es Israel. Cabe precisar que los chiíes son considerados como los marginados y desposeídos del mundo islámico cuya única experiencia en el poder se limita a los ayatollahs iraníes que desde 1979 ejercen el poder con una férrea ortodoxia religiosa y aprovechan ser dueños de la segunda mayor reserva de gas natural del mundo y la tercera mayor de petróleo para financiar organizaciones terroristas que difundan la yihad y promuevan la desaparición del estado israelí.
Que la comunidad internacional reconozca un Estado Palestino sería un gran triunfo para Hamás y otras organizaciones terroristas que enarbolan la bandera del yihadismo, pero, sobre todo, para Irán que vería con satisfacción como sus redes se despliegan y que el terrorismo da sus frutos. Por el contrario, sería un craso error por parte de occidente y justamente de países como Francia o Reino Unido que ya han probado las consecuencias de una masiva migración musulmana en su territorio. Sería venderles la soga a quienes luego los van a ahorcar.
Reconocer al Estado Palestino es volver a pactar con Hitler, regresar a 1938. Tampoco se puede argumentar que es la única forma que los palestinos de Gaza dejen de pasar hambre o mueran por los ataques israelíes. Si esa pobre gente está en esa situación, es por culpa de Hamás no de Israel.
Por José Krebs Millares (*)
Capitán de Navío (r) AP
Especialista en Geopolítica, Seguridad y Defensa
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