Guerra de sotanas
Siempre hemos sabido que el cristianismo pone siempre en primer lugar a Cristo, Dios hecho hombre para unificar en su ser la divinidad y la humanidad, constituyéndose de ese modo en el único camino para ingresar, por su humanidad, a su divinidad, hecho que hace desaparecer la separación del hombre y de Dios, hacia quien solo se podía llegar por la ley mosaica que devino ineficaz, inclusive con el sacrificio de un cordero por parte de las familias para redimir pecados menores, razón por la cual Jesucristo se encarnó unificando las dos naturalezas, la divina y la humana, para sustituir al cordero del sacrificio familiar por el Cordero de Dios, justificando con su sangre a la humanidad entera.
Lo hizo por amor, exigiendo que el amor de Dios, transmitido por Jesucristo a cada corazón humano, se extendiera a todos a través del nuevo mandamiento de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Formulamos esta reflexión porque, observando lo que ocurre con el clero peruano, parece un escenario de olvido del primordial mandato de predicar el evangelio, sustituyéndolo por una guerra de posiciones entre sectores ideológicamente irreconciliables, como si los conceptos de izquierda y derecha hubieran sustituido a la evangelización cristiana por conflictos ideológicos que, más para mal, han venido confundiendo a la feligresía entre lo que es ser bueno o malo según la riqueza o la pobreza material, cuando en realidad se lucha contra la pobreza espiritual, que luego marca el derrotero moral y social.
Decimos esto porque ha sido más que notorio que el “Opus Dei” y los “Sodalites” fueron vinculados a la derecha, al poder político y material, mientras que Jesuitas y otras órdenes aparecieron más al lado de sectores menos favorecidos, impulsando, tal vez de modo inconsciente, la denominada lucha de clases, la cual tal vez influyó en el pensamiento condensado en la llamada “Teología de la Liberación”.
No se puede negar que el poder concentrado en el Vaticano siempre ha tenido sujetos poco santos, inescrupulosos y hasta criminales. Basta recordar a Benedicto IX y a Alejandro VI como las peores muestras de los excesos carnales y la peor muestra de humanidad y ausencia total de cristianismo, pero tampoco se puede obviar la existencia de prelados humildes que, imbuidos de una fe sublime, alcanzaron niveles de santidad digna de resaltar e imitar.
Lo cierto es que en nuestro país, desde el Vaticano, se ha dispuesto el “arrasamiento” del Opus Dei y del Sodalicio, con la cabeza del ex arzobispo Cipriani rodando por todos los medios de comunicación como presunto pederasta, cuando sobre este tema habría que recordar las palabras de Cristo aplicadas al clero: “El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra”, porque, a pesar de la exigencia de la feligresía, la tendencia a blindar a los pederastas ha sido la regla.
El Perú quiere paz, los peruanos desean serenidad. La Iglesia Católica debe contribuir a encaminarnos a la paz de Dios y a la justicia humana y divina, pues impunidad no debe haber para nadie, pero por cauces legítimos y sin subterfugios.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.