“Gloria a Dios en el Cielo”
Durante las fiestas de la Navidad es común escuchar en cantos, en alabanzas, el famoso cántico del ejército celestial: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
Es una expresión que se ha adoptado en muchos ambientes, pero si profundizamos un poco podemos darnos cuenta que es una expresión muy hermosa y llena de la ternura y amor de Dios por los hombres y mujeres.
Aunque la expresión “A los hombres de buena voluntad” es muy común, la más apegada al texto original podría ser: “A los hombres que ama Dios”, con esta traducción el mensaje de los ángeles por medio de San Lucas es mucho más clara.
En la primera expresión, tenemos la palabra voluntad, sin embargo, el texto no hace referencia a la buena voluntad humana, sino a los hombres que son objeto de la buena voluntad divina que proviene de Dios, hecho hombre.
Si la paz que trae el Niño Dios fuera solo para los hombres por su buena voluntad entonces estaría limitada a un sector muy reducido, pero como se otorga por buena voluntad (como diríamos en un lenguaje coloquial: De buena fe) de parte de Dios es para todos, por gracia del Señor.
La palabra clave para entender el sentido de la proclamación angélica es por lo tanto la última, la que habla del “querer”, del “amor” de Dios hacia los hombres, como fuente y origen de todo lo que Dios ha comenzado a realizar en Navidad. Nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos “según el beneplácito de su voluntad”, escribe el Apóstol; nos ha dado a conocer el misterio de su querer, según cuanto había establecido “en su benevolencia”.
Navidad es la suprema epifanía, es decir manifestación, de aquello que la Escritura llama la filantropía de Dios, en otras palabras, su amor por los hombres: “Se ha manifestado la bondad de Dios y su amor por los hombres”.
Esta expresión de la alabanza angelical es magnífica para Navidad, pues une la Voluntad Divina con la voluntad humana. En primer lugar, el misterio de Navidad nos llama a contemplar la Voluntad Divina, de Dios hacia los hombres, al donar a su Hijo único como salvador del mundo para que admirándola podamos ser imitadores y solo así obtener y practicar la buena voluntad.
Imitar el misterio que celebramos significa abandonar todo pensamiento de hacer justicia solos, todo recuerdo de ofensas recibidas, suprimir del corazón todo resentimiento aún justo. No admitir voluntariamente ningún pensamiento hostil contra nadie; ni contra los cercanos ni contra los lejanos, ni contra los débiles ni contra los fuertes, ni contra los pequeños ni contra los grandes de la tierra y esto para honrar la Navidad del Señor, porque Dios no ha guardado rencor, no ha mirado la ofensa recibida, no ha esperado a que otro diera el primer paso hacia Él. Si esto no es posible siempre, durante todo el año, por lo menos hagámoslo en tiempo de Navidad. Así esta será de verdad la fiesta de la verdadera bondad.
A ustedes apreciados lectores -que tienen la paciencia de leerme y seguirme por las redes sociales- como diría el Papa Juan Pablo II: “¡Feliz Navidad! Que la Paz de Cristo reine en vuestros corazones, en las familias y en todos los pueblos”.
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