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Gervasi, al ritmo de la informalidad política

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Fecha Publicación: 07/11/2023 - 21:50
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Las renuncias de la canciller Ana Cecilia Gervasi, y del embajador del Perú en Estados Unidos, Gustavo Meza-Cuadra, a propósito de la supuesta reunión bilateral frustrada entre Joe Biden y Dina Boluarte, la cual habría desaparecido de la agenda de la Casa Blanca como por arte de magia, dejando en ridículo internacional a la cancillería peruana, son reflejo de cómo la informalidad política se instala y avanza sin parar en la dinámica política y gubernamental de nuestra escena contemporánea.

Al igual que con la economía, los actores políticos también pueden ser clasificados en formales, informales e ilegales. Así como un 75% de la economía peruana es la suma de prácticas informales e ilegales, podríamos aventurarnos a decir que un 85% de la política peruana responde a prácticas similares.

Vayamos por partes. El inicio del ciclo político (Vizcarra) cerró el ciclo tecnocrático que se vino de los años 90. Esto significa que hoy, los funcionarios públicos de primer nivel en distintos poderes del Estado y los representantes políticos de la partidocracia aún vigente reproducen patrones de sobrevivencia en su acción política y gubernamental. Poco importa a estos protagonistas, la planificación ordenada de la gestión pública, o la evaluación de resultados con indicadores de eficiencia. Lo suyo es simplemente querer que las cosas sucedan, en teoría, porque en la práctica los estándares de calidad de sus acciones resultan siempre contraproducentes.

Cuando la realidad no coincide con el discurso político, comienzan los problemas. La respuesta informal ante la crisis no es admitir responsabilidad y renunciar de forma inmediata al cargo; como bien hicieron la canciller y nuestro embajador en Estados Unidos, dignos representantes de un pequeño rezago tecnocrático que asume las consecuencias de sus actos.

La respuesta informal es el camuflaje, la mentira y el apego al poder cueste lo que cueste. Esa es la forma como los “políticos bamba” toman por asalto el aparato público y ponen en riesgo el cumplimiento de las reglas de juego que requiere todo Estado-Nación para ser sostenible en el tiempo. El riesgo es que no existan reglas, y peor aún, que nadie quiera cumplirlas.

La informalidad política y gubernamental, por cierto, no distingue ideologías, ni posturas políticas, ni niveles socioeconómicos, ni estilos de vida. Afecta a todos por igual, cual COVID-19, e ingresa en los organismos de cada protagonista, atentando contra dos de las herramientas más importantes para existir como sociedad: el diálogo y la concertación. ¿Cómo enfrentamos este signo de los nuevos tiempos? ¿Aceptamos la informalidad como nueva formalidad? ¿Reformulamos reglas de juego para buscar nuevas formas de representación política? Las respuestas vendrán al ritmo de esa informalidad política hegemónica en el país. ¡Así es la vida!

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