Friendship
Desde hace algún tiempo soy parte de un grupo de amigos con quienes me reúno casi todos los sábados. La invitación llegó por mi primo José Luis Alva quien nos invitó a Gisella y a mí a disfrutar un fin de semana en su casa de playa. Éramos veinte personas alrededor de una fogata, o cantando en un karaoke donde no pocos peleábamos por el micrófono. Fueron días de tranquilidad en los que la afinidad entre los asistentes fue inmediata. Roberto Beaumont, el otrora pequeño Momón del Tío Jhonny; Joaquín, el maestro de la cocina; Enrique Minaya, el poeta; Iván Adrianzén, el hombre de la dieta Keto, Roberto Urrutia, nadie se salva de sus bromas, el Dr. Rock, su hermano Fernando, Carlos, el ingeniero, Eduardo Beteta, más conocido como Clinton de San Isidro, Gabriel Córdoba, el bailarín, y las chicas: Rosita, Gloria, Pilar, Ingrid, Sandra, Gabriela; un bello colectivo que le entregó a nuestros sábados la alegría de compartir entre abrazos y sonrisas. Así fue hasta la última semana de septiembre cuando asistieron a la inauguración de la undécima Primavera Poética. Luego mis viajes a Europa y después a Ecuador, me impidieron que asista a sus convocatorias, hasta la semana pasada cuando vi que Gisella se comunicaba con Rosita y con Joaquín. Coordinaban la entrega de algunos productos destinados a una actividad social en beneficio de los abuelitos del albergue Ignacia Rodulfo viuda de Canevaro, en el Rímac. “¿Puedo acompañarlos?” Pregunté. La respuesta fue afirmativa. Gisella no pudo participar porque tenía compromisos en el centro de salud que dirige, así que fui como quien la representa. Fuimos Rosita, Sandra, Pilar, Gabriel y yo. En el camino Rosita me dijo que qué bueno que los acompañaba porque Roberto y Joaquín, los responsables de amenizar la ceremonia, tampoco podrían ir. Entonces me pidió que me haga cargo. “Sin ningún problema ¿cuánto tiempo debo hablarles?” Pregunté. “Hora y media”. Silencio total. ¿Qué podría hablar con los abuelitos durante hora y media sin aburrirlos? Estaba realmente preocupado. “Dios mío, ayúdame, yo sé que tú tienes un plan para mí”. Pedí en silencio. Eran por lo menos sesenta abuelitos mirándonos con una expectativa que se me habría partido el corazón si no la cubríamos. Acudí entonces a la poesía. Hace años intercambio décimas y coplas con otros poetas. Tenía en el teléfono el último contrapunteo con Hugo Francisco Rivella, el enorme poeta argentino. Los saludé, les hablé un poquito de qué iban las décimas, y empecé a declamarlas. La respuesta fue increíble: reían como niños, logré capturar su atención. Entonces empecé a crear con ellos, a inventar poemas con palabras que iba soltando como quien comparte un juguete. Luego se levantó uno de ellos, pidió el micrófono: “Yo tengo un poema”, y leyó su poema. Luego otro: “Yo también tengo un poema”, y después un tercero. Fue hermoso sentir esa vitalidad. “Ustedes no están solos”, les dije. “Mientras haya alguien en su corazón, ustedes no están solos”. “No estamos solos”, repitieron, y los fuimos abrazando uno a uno. Gracias, Friendships, por la hermosa bendición de regalarme el abrazo de aquellos ángeles.
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