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Frankenstein, o el declinar del padre

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Fecha Publicación: 17/10/2024 - 21:50
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Víctor Frankenstein representa el declinar del padre. El dramaturgo Bruno Odar muestra su versión teatral y libre de la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley. En la versión libre de Odar, el personaje principal es una niña que vive únicamente con su padre. Ambos, padre e hija, sobrellevan el abandono de la madre y viven en una casa abandonada, que se convierte en el escenario de una historia maravillosa. Sola, o casi sola, y lectora de literatura, la niña busca acercarse al padre a través del intertexto, pero convertido en juego infantil. La niña le pregunta al padre si Prometeo tiene que ver con una promesa. Entonces, el padre le cuenta la versión original de la historia, y él mismo tiene que representar a tres personajes: el suyo, como padre que le promete a la niña que no la va a abandonar nunca; el capitán de barco, que inicia la historia; y el doctor Frankenstein, que niega y abandona a la criatura luego de haberla creado.
Odar ha modificado algunas partes significativas del original, como, por ejemplo, la presencia de Igor, que se convierte en asistente de Frankenstein, y la interrupción que hace “la criatura”, que no lleva el nombre o los nombres del padre, de la nueva boda de Frankenstein, al decirle “papá”.
Precisamente, Jacques Lacan, en Los Nombres del Padre, se ocupa de la declinación de la “imago paterna”. Lacan sostiene que, en mucho, nuestra condición psicológica se halla marcada por este declinar social del padre. El psiquiatra y psicoanalista dice que “cualquiera que sea el futuro, esta declinación constituye una crisis psicológica”. Es más: Sigmund Freud encuentra que la constitución del psicoanálisis está en el declinar de Dios; pero Lacan halla que el origen del psicoanálisis se encuentra con el declinar del padre. Freud construye la imagen del padre y, a partir de ahí, la constitución del sujeto y hasta de la religión; pero Lacan, en el Seminario V, deconstruye la imagen del padre, como “el Otro en el Otro”, y a partir de ahí el sujeto se constituye en el significante, y el padre pasa a ser imago, ideal y, finalmente, nombre. Hasta Lacan cambia, poco a poco: por ejemplo, en La subversión del sujeto, el significante del padre ya no se ubica en el otro, sino afuera del otro. Lacan llega a enseñar que “El Nombre del Padre es el nudo borromeo, lo que no significa que el nudo borromeo tenga por condición al Nombre del Padre, sino que el Nombre del Padre es una función de anudamiento”.
Finalmente, el maestro francés nos enseña que el padre tiene por función principal “la nominación”, que es “el decir que nombra”. Seamos directos: ser padre es dar tu nombre, es definirte en el “nudo borromeo”, es quedar anudado “con algo de lo real”. Frankenstein es el declinar del padre, pero la criatura somos todos.

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