Franciscus
El domingo de Resurrección vimos por última vez al papa Francisco. Con evidente esfuerzo, debido a su quebrantada salud, nos envió su felicitación por Pascua, ofreció la bendición Urbi et Orbi —a la ciudad y al mundo— e hizo su último recorrido por la Plaza de San Pedro, perdido entre el entusiasmo de los peregrinos.
Al día siguiente, alrededor de las 19:30 en Perú, recibíamos la dolorosa noticia de su fallecimiento en su habitación de Santa Marta, en el Vaticano, donde decidió vivir durante los 12 años de su pontificado, porque le gustaba rodearse de personas y compartir con ellas. No pudo superar un accidente cerebrovascular y un posterior infarto agudo de miocardio que causaron su muerte.
Francisco fue el Papa de la pandemia del COVID-19. Una de las imágenes que más nos impactaron y consolaron, en esos momentos, fue cuando un 27 de marzo de 2020 caminó la enorme plaza vacía, lluviosa y oscura del Vaticano, para rezar frente al mismo Cristo de la peste de 1522, que fue trasladado de la Iglesia de San Marcelo, donde se conserva.
Fue conocido como “el Papa de las periferias”. Nunca como en la pandemia, nuestra generación entera vació las pequeñas y también las soberbias ciudades y se refugió en las “periferias” de sus casas o de los hospitales. Millones fallecieron solos y lejos de su familia. “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”, nos dijo Francisco en esa ocasión.
La clave para entender el pontificado del primer Papa del continente americano, procedente del Cono Sur, está en su cercanía a San Francisco de Asís, del que el cardenal argentino y porteño, Jorge Mario Bergoglio, tomó su nombre una vez elegido Papa y, asimismo, en su especial devoción y cariño a la Virgen María.
Como San Francisco, su apostolado se enfocó en los más vulnerables y desposeídos. Se reunía con frecuencia con los encarcelados; los Jueves Santos acudía a lavar sus pies y se dice que, en su última visita, les dejó 200 euros como regalo de Pascua. Abogaba por los emigrantes, por los pueblos indígenas. Recorría las parroquias de los barrios más pobres. Y, sobre todo, era austero consigo mismo y, lo mismo, quería para toda la Iglesia. Enseñaba con el ejemplo.
Su preocupación por el ambiente y la ecología, el cuidado de “nuestra casa común”, también nos recuerdan las enseñanzas franciscanas que hablan del “Hermano Sol, la Hermana Luna, la Hermana Agua y el Hermano Fuego” y su admiración de la naturaleza como obra de Dios. La segunda encíclica del papa Francisco, Laudato Si’, aborda este tema.
Asimismo, se distinguió por su devoción a la Virgen María. Cuando tenía que emprender un viaje apostólico o volvía de alguno, siempre visitaba la Basílica Santa María la Mayor en Roma, donde ha querido ser sepultado. Su especial cercanía a las personas sin distinción y sus expresiones de cariño y especial afecto recuerdan al de una madre, a la Madre de Dios.
El papa Francisco visitó Perú en 2018 y, admirado por las expresiones de fe, como la devoción al Señor de los Milagros, las distintas advocaciones de María y los santos, nos denominó como un “país ensantado”.
Si bien será recordado como un Papa reformador en lo administrativo, Francisco conservó intacta la doctrina. Los católicos estamos de luto, la sede de Pedro está vacante.
Que nuestro querido Santo Padre esté gozando de las alegrías de Dios.
(*) Excongresista-Regidora por Lima
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.