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Francisco y la literatura

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Fecha Publicación: 31/12/2024 - 22:30
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Uno puede pensar lo que quiera de Francisco, el Papa jesuita, pero hay algo en lo que casi todos coinciden: es un pastor que quiere oler a oveja, un guía con su cayado silbando y llamando a sus animalitos por el arduo camino. En ese trance que ya lleva años, todos los de su pontificado, ha escrito una Carta sobre el papel de la literatura en la educación, dirigida particularmente a los futuros sacerdotes, pero también a “cualquier cristiano”. En ella pondera la “importancia de la lectura de novelas y poemas en el camino de maduración personal” para “despertar el amor por la lectura” y sobre todo “proponer un cambio radical de ritmo” en la preparación de nuevos sacerdotes porque la literatura- señala- puede “educar el corazón y la mente del pastor a un ejercicio libre y humilde de la propia racionalidad. Además, afirma, “el reconocimiento fecundo del pluralismo de las lenguas humanas, puede ampliar la sensibilidad humana y conducir a una gran apertura espiritual”. En la tarea de “tocar” el corazón del hombre contemporáneo, la literatura y la poesía “tienen un valor incomparable”.
Para Francisco leer es como rezar, porque al leer un poema o una novela, hacemos florecer la riquezas de nuestra propia persona, conmovida por la riqueza de los héroes trágicos o felices de los textos literarios. La literatura, afirma, guarda el corazón de la cultura humana. Alonso Quijano, Pedro Páramo, José Arcadio Buendía, Rodión Raskólnikov, El Consejero, Romeo y Julieta, Ireneo Funes, Harry Haller, Ana Karenina, Gregorio Samsa… están aún allí predicando en su montaña. La rosa de Milton sigue floreciendo, los dados eternos de Vallejo se siguen arrojando a la vera de alguna cruz…
Es conmovedor que en esa carta, Francisco confiese que ama “a los artistas trágicos, porque todos podemos sentir sus obras como nuestras, como expresión de nuestros propios dramas”.
El Papa añade: “Para responder adecuadamente a la sed de Dios de muchos, para que no intenten saciarla con propuestas alienantes, los creyentes y los sacerdotes, al anunciar el Evangelio, deben comprometerse a que todos podemos encontrarnos con un Jesucristo hecho carne, hecho hombre, hecho historia”. Por eso, llama a sus ovejas a “no perder de vista la ‘carne’ de Jesucristo, esa carne hecha de pasiones, de emociones, de sentimientos, de historias concretas, de hospitalidad, de perdón, de indignación, de coraje, de intrepidez: en una palabra, de amor”.
Tal vez así los nuevos pastores con olor a oveja, puedan responder esa pregunta del poema de Borges titulado Cristo en la cruz: “De qué puede servirme que Aquel Hombre / haya sufrido si yo sufro ahora”.
Jorge.alania@gmail.com

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