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Fracaso del modelo populista

Fecha Publicación: 15/02/2019 - 22:20
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En reciente entrevista a la economista norteamericana Deirdre McCloskey, el periodista colombiano Fernando Quijano Velasco la motiva a hablar sobre “el fracaso de los modelos económicos populistas; las tesis igualitarias que consumen a los economistas y la moda reinante en las ciencias sociales de buscar la equidad, sin pensar primero en el crecimiento económico”.

Por considerarlo de actualidad e interés, reproducimos las partes más saltantes de esta interviú. Sostiene Quijano Velasco que McCloskey “ha revolucionado el debate académico. Uno de sus aportes más citados es traer a valor presente las virtudes de la burguesía: libertad (competencia); dignidad (honradez) y prudencia (riesgos)”.

“Las virtudes burguesas se refieren a la ética de lo humano en una sociedad comercial, como el coraje, la prudencia, el amor, entre otras. Cuando las sociedades adoptaron un liberalismo real empezaron a admirar la burguesía, en lugar de odiarla o regularla. Eso causó la explosión de la innovación después de 1800, pues la sociedad dio un permiso a los innovadores para que innovaran. Los economistas no creen que las ideas puedan generar un crecimiento económico. Piensan que la inversión es la que lo genera. Eso no es así. ¡Un ferrocarril o una fábrica que no tenga detrás una buena idea solo es metal o ladrillos apilados sin ningún propósito! La economía necesita estudiar los cambios ideológicos, retóricos y éticos que hacen que una sociedad sea rica y buena. Por ejemplo, contraste a Colombia con Venezuela. Venezuela muestra que el igualitarismo en la distribución no es sabio.”

Y frente a la pregunta: “¿Por qué la economía colombiana no ha podido evolucionar de vender petróleo, café, flores y banano?, McCloskey responde: “Por eso no hay que preocuparse. Estados Unidos vende granos de soya. ¿Y qué? Hay que trabajar en lo que uno es bueno. No hay que regresar a la ‘sustitución de importaciones’ y a la ‘industrialización forzada’. De esa manera se encuentra la corrupción, la ineficiencia y la pobreza perpetua (…) las medidas de felicidad son idiotas, y dicen más de las convenciones sociales sobre quejarse en un país específico que cualquier otra cosa. Además, la competitividad no es una palabra que use un economista serio. Es una expresión insignificante de escuela de negocios. Cualquier país tiene una ventaja comparativa, sin importar cuál sea su ingreso, y los patrones de comercio son determinados por ella, no por lo que los economistas llaman ventaja absoluta (…) la competitividad genera comercio, y no todos son tan productivos como EE.UU. o Japón”.

McCloskey concluye recomendándole a los colombianos: “Deben tratar de salir de la costumbre de suponer que un economista en el Gobierno sabe más acerca de, por ejemplo, producir café, que los cultivadores de café. Un poco de modestia. Los economistas creen que su trabajo es hacer funcionar la economía. Ese no es su trabajo. La innovación proviene de la población, no del Gobierno. ¡Hay que dejar a la gente sola! El papel de los economistas debe ser argumentar en contra de los intentos gubernamentales de diseñar a las personas”.