Ética para el profesor (II)
Por César Alfredo Montes de Oca Dibán
Continuando con la ética, podemos afirmar que resulta bueno el enriquecimiento del conocimiento con la experiencia. En este orden de ideas y teniendo en cuenta la crisis política actual, urge aprender los errores y lograr despertar al zurumbático pueblo peruano de su letargo.
Estamos en vías de demostrar que podemos diferenciar nuestro actuar ético, y lo que es socialmente aceptable. Para ello debemos recurrir a la costumbre que es una fuente de derecho reconocida expresamente en nuestra Carta Magna (1993) y es denominada derecho consuetudinario.
Como hemos visto, es ético lo que desde el punto de vista individual lo consideramos como bueno, y lo que solemos asentir conjuntamente es lo moral.
Así, nuestras normas jurídicas deben surgir desde lo ético que cuenta con valores reconocibles y una imagen a mantener. El contenido de la norma debería ser lo que se pretende regular de lo comúnmente practicado por todos nosotros. Claro está que no toda costumbre puede ser recogida por las normas, en un supuesto inverso llegaríamos a la utopía de una regulación extrema con nulo o poco espacio para ejercer nuestras libertades individuales, en donde se aprecia la ética.
Es por ello que cada sociedad tiene normas diferentes, en el entendido de que ellas obedecen a sus normas morales. De esta manera, encontramos países en los que actos de corrupción son impensables e indignan a toda la nación, y otros en los que son “parte” de la función pública.
Poco asombro surge del insistente requerimiento de algunos funcionarios públicos por alguna colaboración o participación en contrataciones o nombramientos públicos. Es más, cuando el sistema de justicia trata de manifestar su presencia y aplicar las normas vigentes, se encuentra con otras que se lo impiden. Tampoco nos impresiona.
Vale preguntarnos si realmente queremos lo que tenemos actualmente. De requerir algún cambio podemos pasar de la etapa de la negación del error a la aceptación para proseguir con la corrección debida en base a nuestra ética que, con o sin intención, la escondimos en algún lugar lejano a la razón y a los valores que practicamos.
Por algo, Joseph de Maistre (1753-1821) -máximo representante del pensamiento reaccionario- indicó que “cada pueblo o nación tiene el gobierno que merece” y André Malraux (1901-1976) modificó dicha frase al precisar que no es que “los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”.
Sea la versión original o la actualizada la que más nos represente, ¡actuemos éticamente!
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