“Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”

Queridos hermanos, la festividad de este domingo es la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. La primera palabra que nos ofrece la Iglesia es del libro del Génesis. Dice que Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abraham. ¿Y por qué le bendice? Porque le va a dar algo inmenso: le va a ayudar de parte de Dios a vencer las batallas.
Por eso dice: “Bendito sea el Dios Altísimo, que ha entregado a tus enemigos en los pies de Abraham”. Nuestros enemigos son vencidos por el Espíritu de Dios. Y cuando Abraham venció la batalla, le dio el diezmo de todo lo que tenía.
Muy importante, hermanos, es ese diezmo. Es un mandamiento de la Iglesia dar el diezmo, si inicias a la Iglesia santa de Dios. ¿Para qué? Para reconocer el milagro frente a los enemigos. Si quieres experimentar esta verdad, da el diezmo. Los pobres necesitan que te desprendas. Siempre habrá pobres, pero el reconocimiento de Dios es lo más importante, porque nos da la felicidad.
Por eso respondemos con el salmo 110: “Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”. Él es rey y sacerdote, y somete la batalla a tus enemigos. Hermanos, tenemos tantas batallas en nuestra vida que necesitan ser vencidas por el Espíritu de Dios. La batalla más grande es contra el demonio, y ¿cómo se vence? Dando el diezmo como reconocimiento de que Dios es el único. Lo importante es Dios.
Después, la segunda Palabra, que es de San Pablo a los Corintios, relata el dato más antiguo de la Eucaristía, que es el alimento de los bautizados: el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Dice: “Lo mismo hizo con el cáliz”. Beber el cáliz es beber la Sangre de Cristo; comer el pan eucarístico es comer el Cuerpo de Cristo.
Eso, hermanos, produce una infusión inmensa en el hombre. Como decía el cardenal Ratzinger, es una explosión del Espíritu de Dios en el hombre, que lo capacita para hacer obras más allá de sus propias fuerzas.
Eso es lo que ha hecho Dios, y eso es lo que Jesús y el Espíritu de Dios vienen a hacer en nosotros: proclamamos la muerte del Señor para que vivamos.
El Evangelio, que es de San Lucas, dice que Jesús les hablaba del Reino de Dios. Como tenían hambre, los discípulos le pidieron a Jesús que enviara a la gente a las aldeas y campos a buscar alojamiento y comida, para que no se desmayaran por el camino.
Pero Jesús les dice: “Dadles vosotros de comer”. ¿Y qué les van a dar? La Torá y los profetas. La Torá son los cinco primeros libros de la Escritura: el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio.
Comer la Palabra de Dios es recibir un alimento puro. Le dicen: “Aquí solamente hay cinco panes y dos peces”. Este pan fundamental es la Palabra de Dios, y el alimento puro son los peces. El pez, en hebreo, representa el nombre de Jesús, el poder de Dios.
Dice que había unos cinco mil hombres, y Jesús los hace sentarse en grupos de cincuenta. Muy importante: se vence al mal en grupos de cincuenta, donde se puede hablar, cantar y festejar lo que Dios hace en la vida del hombre.
Comieron, se saciaron, y sobraron doce canastos. ¿Qué significa que sobró? Que sobrealimentó a la población. Es la elección de Dios: los doce apóstoles, los doce canastos.
Dice que Jesús, mirando al cielo, hizo el milagro. Miremos al cielo y veremos el poder de Dios, que tiene poder para saciar nuestra hambre, nuestra sed, y para aliviar nuestro sufrimiento.
Toda la sociedad está padeciendo porque no sabemos ser felices. Pero la felicidad viene de Dios. Estamos ante el decálogo, que son las diez señales de autopista del Reino de Dios, del Cuerpo de Cristo que tiene la Iglesia. El hombre, cuando experimenta la muerte, puede encontrar vida en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Que este misterio habite en medio de vosotros, y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos vosotros.

Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao

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