«Este es mi Hijo amado; escuchadlo»
Queridos hermanos:
Nos encontramos en el II Domingo de Cuaresma, un tiempo de alegría que nos invita a luchar contra nuestro “hombre viejo” que nos impide ser felices y nos lleva a la frustración.
La Palabra de Dios de este día nos lleva al relato de Abraham y su prueba, donde Dios le pide que ofrezca a su único hijo, Isaac. Aunque al principio esto pueda parecer escandaloso, vemos cómo Abraham, que había idolatrado a su hijo, no duda en obedecer. Dios quiere romper nuestras idolatrías, sea el dinero, el poder u otros ídolos, y nos pide que confiemos en Él.
Respondemos con el Salmo 115, reconociéndonos como siervos ciegos que necesitan ser liberados de las cadenas. Dios quiere romper esas cadenas y librarnos de la esclavitud que nos impide seguirlo plenamente.
La segunda palabra, de la carta a los romanos, nos asegura que Dios está con nosotros y nos pregunta quién estará en contra de nosotros. Dios no escatimó dar a su propio hijo para salvarnos y rescatarnos de la esclavitud del pecado. La resurrección de Cristo es la garantía de nuestra liberación y redención.
En el Evangelio de Marcos, Jesús lleva a Pedro, Santiago y Juan a un monte alto, donde se transfigura delante de ellos. Esta transfiguración es una luz interior que los transforma. Escuchamos la voz del Padre que proclama a Jesús como su hijo amado y nos insta a escucharle. La contemplación de la palabra de Dios nos da luz y nos ayuda a superar las tentaciones.
Así, subir al monte es una metáfora para la contemplación de Dios, donde encontramos la luz de la verdad y escuchamos la palabra que nos lleva a la vida eterna. La Virgen María es un modelo de oración en la tribulación, nos acompaña en el encuentro con la palabra de Dios.
Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté con todos vosotros. Amén.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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