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“Estas son mis joyas, romano”

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Fecha Publicación: 25/10/2022 - 22:30
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Pienso, cuando escribo esta columna, en mi lector, real o imaginario. He sabido que alguna vez toqué las campanadas de la fiesta o del duelo; que ayudé a soportar cierta tristeza; que le hice recordar a alguien una frase feliz, no mía, sin duda, sino de algún filósofo o poeta hechizado por el pensamiento y el lenguaje; que acompañé a mi padre y a mi madre en sus nostalgias de esta vida. Pienso en mi lector real o imaginario. Puede ser un médico aplicado, una hermosa muchacha, un coleccionista de pequeñas historias, alguien que tiene un pueblo siempre en las pupilas. Un pueblo y una plaza.
Puede ser nadie. O alguien que está como fragmentado en el tiempo y el espacio. Alguien a quien no distingo. O mi amigo, o mi alumno. Me persigue el fantasma de que nadie me lee apurados en tantas tareas cotidianas. Pero aquí están mi huella, mi rastro, mi camino y han de quedar allí en donde deben quedar, acaso confundidas, acaso invisibilizadas pero mías.
Antonio Cisneros escribió: “Y si a usted no le importa un carajo, no escribo para usted. Soy yo quien sembró el árbol, tuvo el hijo, escribió el libro y todo lo vio arder cien años antes del tiempo convenido” .Yo también sembré el árbol (el árbol que tú olvidaste de Atahualpa Yupanqui); escribí el libro (El Libro de las Horas que Rainer María Rilke afirmó que toda persona escribe en su profundo interior) y tuve el hijo (María Luisa y Jorge, estas son mis únicas joyas, romano, como diría la madre de los Graco). Y todo lo vi florecer sin merecerlo.
Me consuela el gran Orhan Pamuk, premio nobel 2006, quien señala que escribe por el temor a ser olvidado y porque nunca ha sabido ingeniárselas para ser feliz y cree que escribir lo llevará a conseguirlo. El gran Pamuk, quien guardaba celosamente una maleta que le dio su padre con la condición de no abrirla hasta su muerte. Cuando lo hizo y él ya no estaba se encontró con muchos papeles borroneados, cuentos cortos, poemas que él escribió pero que nunca publicó en ninguna parte. Hermanado con su hijo en la vieja pasión por las historias, se las comentó pero no las escribió. Ahí, en esa vieja maleta, estaba su huella, su rastro, acaso para que su hijo las tomara. Pamuk la recordó entre lágrimas al recibir el nobel y al titular su disertación en esa noche inolvidable para él: la maleta de mi padre.
Pienso en mi lector real e imaginario y en el hecho, quizá fortuito, de que yo también preparo mi maleta. Mis joyas se pulen en otros crisoles y no escribirán nunca lo que yo guarde allí, pero sí recordarán la vieja maleta del changador que mi abuelo Jorge se echaba al hombro desde el campamento hasta la estación de Martunel en Cerro de Pasco, cuando despedía a su hijo -mi papá- todos los eneros en que viajaba a Lima para terminar la Secundaria. Jorge.alania@gmail.com

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