EsSalud: un seguro sin salud
Essalud vuelve a estar en el centro de la polémica, y no precisamente por avances o mejoras, sino por una nueva huelga indefinida de trabajadores y enfermeras que, a pesar de haber sido declarada ilegal por el Ministerio de Trabajo, continúa afectando a miles de pacientes en todo el país. Lo paradójico es que, mientras los asegurados y empleadores son quienes financian el sistema con sus aportes, terminan siendo los más golpeados por la ineficiencia, la falta de gestión y los intereses que rodean a esta institución. El problema de Essalud no es nuevo, pero se agrava con cada crisis. Las huelgas, lejos de ser una herramienta de solución, se han convertido en una forma recurrente de presión que genera el efecto contrario al que debería buscar cualquier sistema de salud: debilitar la cobertura y exponer al asegurado a un doble gasto. Quien espera meses por una cita o ve postergada una cirugía termina, inevitablemente, recurriendo a una clínica privada y pagando de su propio bolsillo por un servicio que ya había financiado con su salario. De esa manera, lo que debía ser una garantía se transforma en una carga adicional, y lo que debía ser un derecho se convierte en un privilegio. El origen de esta crisis está en la forma en que se administra Essalud. El presidente ejecutivo es designado directamente por el gobierno, lo que convierte a la institución en un espacio sujeto a cuotas políticas y cambios constantes, en lugar de ser conducida bajo criterios profesionales y técnicos. Esa lógica explica por qué Essalud se ha vuelto un elefante lento, incapaz de responder con eficiencia a la enorme demanda que recibe. Y lo más preocupante es que, mientras no se modifique ese esquema, los problemas se seguirán repitiendo con mayor intensidad y los asegurados seguirán perdiendo. Por ello es urgente un rediseño profundo del sistema. Essalud no debe perder su carácter social ni su rol como seguro de salud público, pero sí debe abrirse a un modelo de administración privada o mixta que garantice eficiencia y calidad en el servicio. Al mismo tiempo, resulta indispensable permitir que los aportes de los trabajadores puedan utilizarse en redes privadas cuando la entidad no pueda cubrir la atención con la rapidez y calidad necesarias. Esa posibilidad obligaría a Essalud a mejorar, generaría competencia, y daría a los asegurados el derecho de elegir, como ocurre con cualquier otro seguro de salud en el país. Todo ello debe ir acompañado de una profesionalización real de la gestión, con directivos seleccionados por méritos, con indicadores de desempeño claros, con auditorías permanentes y con transparencia total. Sin estos cambios, el sistema seguirá condenado a la ineficiencia, las huelgas, la corrupción y la desconfianza. Y lo que está en juego no es una estadística, sino la salud y la vida de millones de peruanos que sostienen, con esfuerzo y sacrificio, un seguro que no los protege como debería. No podemos seguir aceptando que Essalud sea sinónimo de colas interminables, citas perdidas, huelgas indefinidas y corrupción enquistada. Ha llegado el momento de tomar decisiones firmes y realistas: o se reforma Essalud con una visión moderna y eficiente, o se seguirá castigando a quienes lo financian y dependen de él. Un seguro de salud no puede ser un castigo para el trabajador, ni un espacio de ineficiencia para la política. Es hora de poner los pies en la tierra y transformar Essalud en lo que debería ser: un verdadero garante del derecho a la salud.
Por Carlos Posada Ugaz
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