Escribir
La vida es cíclica, por eso Unamuno afirmaba que nuestra vida es una esperanza que se convierte en memoria.
Escribir debería ser eso: una constante para sostener la esperanza, es decir, la memoria. Escribir por la justicia, por la dignidad, escribir para conmover y hacer de los libros o de la columna de opinión una ventana de fraternidad, de crítica constructiva. Lejos estoy de la palabra afilada, de la oración tenaz que se apodera de la página para calificar o golpear. Sé que durante años he sido el blanco de algunas flechas, mi naturaleza se defiende intensificando la acción; por eso trabajo más, elijo el agotamiento productivo, el ocio que moviliza el don creativo. Cuando decidí dedicarme a la gestión cultural y a los libros, lo hice porque la idea de preservar a través de un agente de cambio, me emociona. Reflexiono sobre esto ahora que he terminado de reunir los textos que he publicado en este diario:
crónicas y reseñas en las que me reservo el ataque verbal para darle paso al aporte del libro o del personaje que captura mi atención. Las diatribas las dejo para mi diario personal, no para la historia colectiva. A mis 44 soy un francotirador jubilado. Elijo la siembra en lugar de la caza, elijo el diálogo en lugar de la guerra. Hace algunos meses escribí unos versos que decían: “No importa el ánimo del poeta/ Importa el poema”, esa podría ser una de mis máximas. Mi apuesta es por el resultado, no por el proceso. Me importa lo que queda. “El arte de ser sabio es el arte de saber lo que hay que pasar por alto”, apuntaba W. James, de eso se trata: de reconocer a qué o a quién no darle importancia. La vida es demasiado fugaz para perderla en el conflicto. “La vida es muy simple, pero insistimos en hacerla complicada”, precisaba Confucio. Tampoco se equivoca. Finalmente se trata de escuchar nuestros pálpitos, de valorar lo que tenemos, de honrar la memoria de quienes nos precedieron, de no perder jamás el impulso emotivo, esa fuerza que constituye la respiración para alcanzar el objetivo. Esto, aunque el horizonte sea oscuro, la vereda un abismo o el aire una brisa fétida. Escribir para afirmarnos, escribir para escuchar en voz alta el silencio de nuestras reflexiones, escribir para vivir, escribir para que nunca concluyamos como Borges que cometimos el peor de los pecados: “no ser felices”. Escribir para ser memoria. Escribir para tocar el corazón con la alegría de nuestras palabras.
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