¿Es Bolivia un Estado fallido?
En Bolivia saltaron hasta el techo al conocer que la presidenta, Dina Boluarte, durante su mensaje a la Nación por 28 de julio, refiriéndose al gobierno del expresidente Pedro Castillo –que produjo la ruptura del régimen democrático peruano–, dijo, textualmente: “Estaríamos en un país sin inversiones, sin obras ejecutadas, con mayor pobreza, camino a convertirnos en un país fallido, como Cuba, Venezuela o Bolivia”. Respondo la pregunta que he formulado en el título de mi columna, afirmando, enfáticamente, que, por supuesto que no lo son, y voy a explicarlo, advirtiendo que, en Bolivia, tampoco saben qué es exactamente. Veamos. Con frecuencia suele creerse como Estado fallido a los países no democráticos o a los Estados empobrecidos. Así concebirlo, es un error conceptual doctrinario básico. Los Estados fallidos son sociedades anarquizadas donde no es identificable la autoridad central, que en la teoría de la ciencia política y del derecho constitucional se denomina GOBIERNO, elemento constitutivo del Estado. Los otros dos elementos son el territorio y el pueblo. Sigamos. Un Estado fallido es aquel en el que no existe el imperio del orden social establecido y en el que todos sus miembros, no aceptan los convencionalismos ni respetan las normas jurídicas, comenzando por la Constitución Política, a la que soslayan, pasándola por encima todo el tiempo, y hasta pisoteándola. En los Estados fallidos, entonces, no hay Estado de derecho; al contrario, se impone el caos y el desorden como reglas. A los Estados fallidos, por esa razón, en mis clases, los llamo Estados fallados, por la manifiesta y absoluta incapacidad de sus propios miembros para dirigir sus destinos, siendo necesario, en consecuencia, que pudiera producirse la intervención extranjera, para evitar que se produzcan masacres o asesinatos masivos, y en virtud del principio de seguridad colectiva, siendo lo más importante la preservación de la vida humana en su naturaleza de bien jurídico máximo. Son Estados fallidos Somalia, Yemen, la República Centroafricana, Libia o Haití, en los que la gobernabilidad es prácticamente inexistente. Los regímenes totalitarios como Corea del Norte y Cuba o las dictaduras como Nicaragua o Venezuela o las autocracias como Bolivia, son Estados en los que la coacción –uso de la fuerza o violencia legítimas del Estado– y la coerción –amenaza o advertencia legítimas del Estado–, tienen un alto nivel de eficacia debido a la arbitrariedad y el abuso dominantes, no habiendo evidencias de anarquía. Una prueba de esa macabra eficacia es la manera brutal como el gobierno de Daniel Ortega o el de Miguel Diaz-Canel, reprimen al pueblo. Por esa razón, es que estos países son los menos parecidos a los Estados fallidos. Esa es una verdad que desconocían completamente quienes prepararon el discurso de la presidenta, llevándola al error, y que el propio canciller Schialer, en sus declaraciones sobre lo sucedido, también ha confirmado desconocer. Mirando al Perú, finalmente, no hay que decir que estamos en camino de ser un Estado fallido, por más crisis económica o social que nos pudiera amenazar. Ni siquiera lo fuimos en los difíciles años 80, con hiperinflación y terrorismo de por medio, pues nunca dejamos de tener una autoridad central, plenamente identificada.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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