Epifanía del Señor: manifestación de Dios
Queridos Hermanos: ¡Feliz Epifanía del Señor! La epifanía es la manifestación de Dios en nuestras vidas, en tú historia, en la mía. Y hablamos de una manifestación real, no imaginaria: Jesús es enviado por el Padre para manifestar en el hombre la verdad.
El profeta Isaías, en la primera lectura, nos dice: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti”. Hasta antes de la venida de Jesús, vivíamos en tinieblas, no sabíamos dónde estaba el mal y tampoco la felicidad eterna. Jesús de Nazaret se hace carne para darnos la vida eterna en la tierra. De tal forma, que desde la vida terrenal podemos contemplar el Cielo. “Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen a ti. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor”, continúa el profeta. Hermanos, esta epifanía nos invita a alabar a Dios en la historia. Busquemos esa manifestación divina en nuestras vidas y cuanto nos ama Cristo.
Respondemos a esta lectura con el salmo 71: “Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra. Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud”. Es curioso observar, como Dios tiene un lugar reservado para los sencillos y humildes de corazón. Abramos nuestros corazones a los pobres e indigentes, compartamos un pan junto a ellos y nuestros bienes.
La segunda lectura es de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios: “Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos”. ¿Cuál es esta gracia? Que los gentiles, alejados y paganos son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio. Es decir, los gentiles pueden ser hijos de Dios, si escuchan la Palabra de Dios y se dé en ellos, así un espíritu nuevo.
En el evangelio de san Mateo se nos manifiesta la visita de los magos de oriente al niño Jesús: “Se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». Los magos fueron guiados por una estrella, es la representación de la Iglesia que nos lleva a adorar a Jesús. Se nos muestra la misión de la Iglesia: contemplar a Jesús, porque es aquel capaz de romper en nosotros nuestros miedos, egoísmos, soberbia y pecados que nos llevan a la muerte del ser. “Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”, continúa el evangelio. Dios escogió a Belén, la ciudad más pequeña y el pueblo más pobre para que allí se manifieste el nacimiento de su hijo. Los reyes se pusieron en camino, y de pronto la estrella se detuvo encima de donde estaba el niño. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Estos son los regalos que ofrece el mundo terrenal a Jesús, son obsequios que valen mucho para el hombre y así reconocen al Mesías.
Hermanos, tú y yo, que muchas veces estamos alejados de la Iglesia por el pecado, ofrezcamos hoy a Jesús, obsequios que salgan desde nuestros corazones, más allá del oro, incienso y la mirra. Esto propiciará nuestro encuentro con Jesucristo.
Les deseo a ustedes y sus familias un buen inicio de año. ¡Que la bendición de Dios estés con ustedes!