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Embajadores de la cultura woke

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Fecha Publicación: 16/12/2024 - 23:00
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Aunque etimológicamente el término “woke” signifique “consciente”, después de la caída del Muro de Berlín empezó a usarse como una estrategia para revertir el colapso del comunismo, ocurrido tras el dramático derrumbe del Muro de Berlín. Los flecos del marxismo –particularmente el europeo– recogieron sus cenizas para, con ellas, inventar un novedoso movimiento de izquierdas, capaz de atraer a nuevas generaciones.

Visto que el clásico totalitarismo marxista había empezado a cansar/espantar a sectores comunistas alrededor del mundo, la jerarquía totalitaria buscaba ilusionar a las masas descontentas en armonía con la idiosincrasia del hombre del siglo veintiuno.

Entonces optaron por el atractivo sesgo de la “desigualdad social”, como alternativa para “revivir” la otrora sensual fachada del comunismo extremista, agotada tras implosionar la URSS. A partir de ese momento, el comunismo establecería la desigualdad social como símbolo de todos los males sociales creados, obviamente, por la derecha.

Aunque no muchos años después, la vieja saña racial –siempre viva en Norte/Suramérica– la revertiría hábilmente la izquierda norteamericana con aquella exitosa elección de Barack Obama. ¡Contrario a lo ocurrido acá, tras el amañado triunfo de Pedro Castillo! Sin embargo, el término “woke” ha quedado como símbolo del encono racial contra la supremacía blanca.

Aunque, para hacerlo más atractivo y captar nuevos adeptos, lo extendieron a todos los demás espacios sociales de protesta. Incluyendo el “nuevo aire” del comunismo, teóricamente enfocado a solventar la siempre apetitosa discusión sobre la discriminación sexual, para las minorías que defienden a las personas LGTB, como a quienes luchan a favor de ellas para que practiquen con absoluta libertad sus preferencias libertinas.

Hoy, el término “woke” identifica a aquellos movimientos sociopolíticos asociados a promover genéricamente las “reivindicaciones de las minorías”, sin perjuicio de imponer una “justicia social” concebida –y fundamentalmente practicada– de una manera muy violenta. Por cierto, la denominación “woke” hoy ha perdido fuelle tras la concluyente elección de Donald J. Trump, quien aún ostenta el título de presidente número 45 de aquella nación; sin embargo, a partir del 20 de enero de 2025, será el presidente número 47 de Estados Unidos.

Esto último debiera constituir una lección para los entusiastas promotores de la hepática cultura “woke”, fundada en libertinajes colectivos inspirados en “ideales” progresistas que, al final del día, no son otra cosa que el retorno del extremismo, trajeado de una justiciera protesta social.

Paralelamente, los representantes diplomáticos en el Perú de países del “primer mundo” como EE. UU., Canadá, Gran Bretaña y Canadá actúan como si fueran los embajadores plenipotenciarios no precisamente de sus naciones, sino de la contracultura “woke”, cuyos voceros oficiosos son las ONG (Organizaciones No Gubernamentales). No estaría de más decirles a estos embajadores que, con su apoyo –y veladas gestiones políticas a nombre de las ONG ante gobiernos como el peruano–, lo que vienen haciendo es dinamitar el Estado de Derecho y horadar nuestra democracia.

Vale decir, con ello ustedes vienen fomentando el caos que encarriló a países como el Perú al totalitarismo que practican los comunistas. Obviamente, esa vertiente “enemiga” de los gobiernos a los que ustedes alegan representar.

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