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Elogio al disco de vinilo

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Fecha Publicación: 02/10/2025 - 21:50
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Una serie de afortunados eventos me llevaron, hace pocos meses, a hacerme guardián de un tocadiscos. Así, se materializó un deseo mío de larga data que, por los caprichos de la vida, no había podido cumplir. Comencé, así, una colección de discos que, si bien por el momento modesta, representa la columna vertebral de mi gusto musical.
La experiencia del vinilo es un llamado a la calma y una interpelación directa a la sensibilidad. Digo lo primero ya que escuchar un disco requiere de una paciencia que resulta refrescante ante lo vertiginoso y compulsivo del modo de vida actual.
En principio, oir un vinilo implica la escucha sucesiva de una canción tras otra, sin saltarlas -por más que, en efecto, haya maneras de hacer trampa- absorbiendo como oyente, a la vez, el concepto, la narrativa, la estética, y la geografía de un disco.
Significa un regreso a una época en la que un disco era una obra completa, con su propia identidad, su propio lenguaje, su propia progresión dramática. Un retorno a un momento en que la música era más que un producto comercial desechable y reemplazable, sino, una declaración artística -subjetiva y a la vez universal- con una base humana e intelectual y una expresión sonora y creativa.
En efecto, los modos de escucha de música actuales, a través de las aplicaciones de streaming, dan control total al oyente. Le permiten escuchar, a su voluntad, lo que le dé la gana, en el orden que le dé la gana, mientras le dé la gana.
Sí, permite una novedosa libertad, que no viene libre de peligros. Ha corroído la idea del disco como obra de arte compleja y completa. Ha banalizado la música popular, al robarle la posibilidad de ser atemporal -salvo contadas excepciones-, volviéndola una hija del momento. Y nada más que eso.
El vinilo implica una relación física con el soporte de la música. El disco es un objeto manipulable, que uno coge entre sus manos, cuidadosamente, y lo hace sonar siguiendo la configuración técnica de la máquina que lo acoja. Durante esos segundos, cuando uno coloca el disco en el reproductor, aprieta el botón o manipula la aguja correspondientes, el mundo se reduce a dos protagonistas: uno mismo y el disco. El oyente y una muestra material de su universo interior.
Uno no compra un vinilo “porque bueno…”, como puede escuchar música sugerida por las distintas plataformas de streaming, en función a, sobre todo, lo viral. Uno lo compra porque es una de las piezas faltantes del mosaico material de su ser.
Es preciso, viviendo como se hace en la actualidad, forzarse a experimentar una calma necesaria pero furtiva. Tener un contacto sin anestesia con uno mismo. Y, a la vez, un llamado a reconocer y fundirse con el mundo que nos rodea y los demás seres humanos alrededor nuestro. Y vaya que eso es urgente, ¿no?

Por Sol Pozzi-Escot

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