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El veneno de la corrupción

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Fecha Publicación: 28/10/2023 - 22:50
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La corrupción privada es un secreto a voces y esta no solo afecta a las empresas y los negocios, sino que es heredada por las diversas generaciones de las mejores familias. No todos serán corruptos, pero en cada generación no faltarán de esos y, además, los brutos sobornables con su propio dinero.

Los líderes empresariales que practican y toleran la corrupción transmiten este legado oscuro a sus descendientes. Los valores familiares se socavan y la ética cede ante la sed insaciable de ganancias individuales y un poder tan efímero como los cargos o escudar sus inconductas detrás de un logotipo.

La moralidad es para los directores y accionistas de ciertas empresas, algo desechable; muchas impecables y venerables fachadas de renombradas compañías ocultan cuchipandas inimaginables y están destinadas a una muerte indigna por su propio accionar.
Estas compañías tóxicas generan desconfianza por el libre mercado y pueden dejar en la miseria a sus dueños, amén de enterrar varios derechos ciudadanos. La corruptela corporativa es la hermana olvidada de la corrupción pública y la tiene fácil lejos del escrutinio público.

Sobran los líderes empresariales cuyos abismos éticos son más profundos que la Fosa de las Marianas. La corrupción no es, como se cree, solo mugre de políticos y de la burocracia parasitaria. Lo vimos con Odebrecht y sus socios peruanos. ¿Y cuál fue el castigo? Un jalón de orejas y una reparación monetaria ínfima.

La corrupción privada es un poderoso veneno que carcome la entrañas del rol que deben jugar los empresarios en una sociedad capitalista: ser personas ejemplarizadoras, motores de desarrollo y crecimiento, creadores de riqueza y generadores de empleo, adecuadamente remunerado, para que sus colaboradores eleven su calidad de vida y sean sujetos de crédito.

En las empresas sucias hay pactos bajo la mesa, auditorías fraguadas, compra del silencio de ejecutivos con sueldos exorbitantes y el soborno a algunos accionistas para que voten en un determinado sentido en las Juntas, así eso perjudique a la empresa, a sus socios y, finalmente, a ellos mismos.

Esto ocurre porque la sociedad condena a los políticos, pero le estrecha la mano a los rateros de cuello y corbata. Esta tolerancia pone en peligro a la democracia, la libertad de mercado y a la sana competencia. Es moneda corriente la compra de insumos a precios inflados (con el consecuente encarecimiento de los productos para sus consumidores); el engaño a los socios y al fisco; la información oculta; las grandes pérdidas de las que nadie se responsabiliza, y si algo se descubre pues siempre habrá un chivo expiatorio a quien endilgar la culpa.

Cuando una compañía proclama su ética seguramente es muy sucia, como el político cuatrero que vocifera ‘mis manos están limpias’.

Urge combatir la deshonestidad privada que amenaza con estrangular el sistema que tanto defendemos del comunismo. Los empresarios inmundos son tan enemigos del capitalismo como los comunistas, y para colmo les dan argumentos irrefutables.

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