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El Vaticano: monarquía absoluta

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Fecha Publicación: 30/01/2025 - 22:10
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Hay un ángulo que no se ha tratado sobre el sospechoso y eruptivo caso del cardenal Juan Luis Cipriani y las acusaciones de pederastia que un diario español anticlerical como El País develara la semana pasada. Más allá de la polémica intrascendente sobre si le creo o no al príncipe o al Papa, o si se respetó el debido proceso, o si esto obedece a un plan para desmantelar o debilitar políticamente a un sector de la Iglesia opuesto al wokismo que viene siguiendo Francisco para la Iglesia, está el irrefutable hecho de que esta es una monarquía absoluta y el Papa un monarca sobreviviente del Antiguo Régimen, sin dinastía, es cierto, pero con poderes casi absolutos y arbitrarios una vez elegido en el cónclave por sus primus inter pares.
En Francia, por ejemplo, durante la monarquía absoluta, el rey podía de su puño y letra ordenar una “lettre de cachet” (carta de ocultamiento) destinada a cualquier súbdito (sobre todo nobles) del que quisiera deshacerse. Consistía en una acusación que el acusado no sabía quién la hacía o sobre qué versaba y... ¡zaz! ¡A la Bastilla hasta que el rey se volviera a acordar de él! La pena más suave para los aristócratas, sobre todo, era el exilio a una de sus fincas de donde no podían salir hasta que el rey les levantara la prohibición.
Eso sucede en las monarquías absolutas como la del Vaticano, así como en las peores tiranías. Durante el Terror de Robespierre y la Revolución Francesa, bastaba que alguien denunciara anónimamente a un vecino para que este terminara en una mazmorra, luego en un “tribunal del pueblo” (X, Facebook o TikTok) y, finalmente, en la guillotina.
Bueno, lo cierto, lo concreto y lo real es que Juan Luis Cipriani ha sido y es objeto de la férula de un monarca absoluto que, en su calidad suprema, a través de sus órganos como la Inquisición (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe), destierra a un príncipe, le obliga a callarse y le quita la posibilidad de conocer el caso del que es acusado y quién es su acusador.
¿Si ya pasaron cinco años desde que le impusieron el rigor del Papa, no sería hora de que el príncipe pueda defenderse o saber con detalle de qué se le acusa? ¿Qué es esto? ¿Una “lettre de cachet” como en los tiempos de Luis XIV? ¿O permanecerá exiliado y conminado a guardar silencio hasta que se muera?
Por supuesto que hasta ahora no hemos (ni vamos) a oír una protesta de las organizaciones de derechos humanos que tan solícitas son con el debido proceso de delincuentes patibularios como terroristas y afines. ¿No hicieron cuestión de Estado sobre los jueces militares sin rostro en la época del fujimorato? ¿No es lo mismo que los acusadores sin rostro?
Ni siquiera son católicos para no protestar contra un régimen de monarquía absoluta y déspota que, camuflada tras los humos del incienso, vulnera derechos humanos básicos. A los que sí hemos escuchado es a los liberales alzar su voz de protesta contra la vulneración de estos derechos fundamentales.
Pero a los caviares y a los comunistas los hemos visto celebrar el atropello, siendo ellos financiados (hasta esta semana que Trump les cerró el caño) para defender derechos básicos como el debido proceso y la presunción de inocencia. Lo que sucede es que en verdad les gusta el poder absoluto, como el monarca del Vaticano que, dicho sea de paso, ni siquiera es miembro activo de la ONU ni está en la Corte Penal Internacional.

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