El valor de la palabra
La pérdida constante del valor de la palabra como expresión de la verdad causa creciente preocupación, así como el menoscabo que sufre cuando manifiesta la voluntad ficticia de cumplir un compromiso. O si se la emplea confusamente para decir muchas veces algo diferente -y hasta contrario- a lo que se piensa y que los demás deben comprender cabalmente, como un derecho que le es inherente.
Es evidente que la palabra es esencial para la correcta y natural comunicación humana. Aquélla es símbolo que al ser descifrado en el proceso de comunicación, abre las mayores perspectivas para el entendimiento entre las personas.
Pero se advierte con estupor que la palabra ya no es, no representa, ni siquiera refleja, lo que se dice con ella. En la práctica sirve para expresar… muchas cosas; mas, si no corresponde a los hechos ni a los pensamientos a los cuales pretende referirse, la expresión verbal resulta ser un vector de falsedad por la manipulación de que es objeto. Y en vez de cumplir su digno y propio papel de ser una de las características distintivas y excelsas del ser racional, se le convierte en albañal de mentiras. Se atenta irresponsablemente contra el valor de la palabra al decir, adrede, una cosa por otra y hacer lo contrario de lo que se menciona.
Los aventureros que fungen de políticos en estos momentos devalúan la palabra sin cesar, restándole la credibilidad que merece. Y se le utiliza, en muchas ocasiones, en una especie de extraño juego de ilusionismo, suponiendo que los peruanos ya hemos perdido hasta la memoria o carecemos de comprensión lectora. Así medra otra vez la mentira como el ocultamiento fraudulento de la verdad; es la “locutio contra mentem” -algo diferente, distinto, a lo que realmente se está pensando, se conoce o se desea íntimamente. Habría que recordar aquí la enseñanza de Platón a los políticos “El gobierno no es como la tutela; vale el interés del pupilo y no las preferencias particulares del tutor…”.
La palabra ha de tener la virtud de la prudencia de quien la utiliza, la justicia como manifestación de lo equitativo, la fortaleza como constancia invencible del espíritu y templanza como orden y razonamiento.
La palabra también está perdiendo su mérito como declaración y aceptación moral de compromiso. Adquirir una obligación solo bajo palabra de honor, es una actitud que declina, se pierde en el tiempo ido. Y hasta los textos que se leen como juramento, son solamente frases escritas, palabras que se pronuncian, principios burlados, falta de ética que produce el perjurio que defrauda al hombre, desatendiendo el hecho que no hay nada más sagrado como el juramento, porque se hace por Dios, por la Patria y por las instituciones a las que se pertenece y por medio de las cuales se promete servir y no servirse como es hoy en día.
Respetemos pues la palabra en su sentido preciso y en su forma perfecta, para disfrutar de su belleza y de la verdad. Puede parecer difícil. Sin embargo, la persona humana, obra acabada de Dios, y como ser social, está éticamente comprometida a resguardar la armonía de la vida mediante lo que expresa.
La palabra es sagrada, aprendan a cumplirla, sobre todo, los fantoches que fungen de… “políticos”, es mi modesta recomendación hoy que empieza un nuevo año.
¡Feliz Año, queridos y amables lectores!
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.