El último mensaje de Alan García
El suicidio del expresidente Alan García Pérez debe poner los abusos de nuestro menesteroso sistema de justicia en los ojos del mundo. García eligió morir -siempre dijo que jamás lo verían enmarrocado y lo cumplió- por su propia mano antes de ser ajusticiado por sus enemigos políticos (y la prensa onegeista) que lo querían ver perecer como a Augusto B. Leguía. Cuestión de honor, dicen los 'compañeros' que hoy lloran la partida de su líder.
Ahora bien, más allá de que resultaba harto sospechoso que Luis Nava, exsecretario palaciego de García Pérez, y su hijo hayan recibido más de 4 millones y medio de dólares de Odebrecht a cambio de la Interoceánica y el Metro de Lima, no había -todavía- pruebas suficientes para concluir que el exmandatario era el destinatario final de los sucios verdes. Aún Jorge Barata no había cantado, pero el fiscal José Domingo Pérez, a quien le caerá todo el peso de la historia indefectiblemente, solicitó al Poder Judicial -que se ha convertido en su mesa de partes- la detención preliminar de diez días para el aprista.
Y si Alan no apretaba el gatillo en la soledad de su habitación, iba a correr la misma penosa suerte que Keiko Fujimori (y la que estuvo por correr Pedro Pablo Kuczynski, hoy bajo cuidados intensivos en una clínica local, y próximo a afrontar una detención domiciliaria gracias, a todas luces, a la trágica muerte de García): 36 meses de arresto preventivo sin ninguna condena. Acá la prisión preventiva es la regla, mas no la excepción como debería ser en un país civilizado, y todos somos CULPABLES hasta que se pruebe nuestra INOCENCIA. Vivimos en el vil reino del revés: ¡que todo el mundo lo sepa!
Voy a pecar de infidente -y hay testigos que lo pueden corroborar-, horas antes de que García Pérez acabe con su vida, este periodista buscaba contactarse con su asistente y fiel sancho Ricardo Pinedo para concretar una entrevista con el expresidente. Señor García, no me agarre de tonto, ¿de verdad cree que hay justicia en el país?, iba a ser mi primera pregunta luego de escucharlo con un tono esperanzador en declaraciones brindadas a colegas. Con el disparo en la sien ya sabemos cuál era su respuesta. Ese fue su último mensaje: en el Perú no hay justicia.
La sangre derramada no puede quedar en vano. Que este terrible deceso sirva para ponerle fin a estas medidas arbitrarias por doquier en contra de simples sospechosos. Nadie puede ir preso por meras especulaciones y, reitero, sin sentencia. Que en paz descanse, señor Alan García. La historia será ahora la que se encargará de juzgarlo, porque, coincido con usted, en este país la justicia no existe.