El testigo asesinado
El economista José Miguel Castro, mano derecha de Susana Villarán, no se suicidó: lo ajusticiaron. Quienes sostienen lo contrario encubren a una red criminal transnacional y protegen a fiscales ineficaces del caso Lava Jato.
Ofende a la inteligencia afirmar que se suicidó alguien hallado con un corte de 14 centímetros en el cuello, hecho con un cuchillo de cocina. Degollarse uno mismo es prácticamente imposible: el cuerpo reacciona al dolor bloqueando el movimiento, y las arterias vitales están protegidas por músculos y estructuras que requieren fuerza, precisión y continuidad para ser seccionadas. No basta un cuchillo doméstico; se necesitaría uno de carnicero, quirúrgico o de combate. Sostener que alguien logró cortarse el cuello de esa forma, justo antes de declarar en un juicio clave, es una coartada burda para encubrir algo mucho más grande.
Castro, apodado “Budían” por el operador de Odebrecht Jorge Barata, ya había hablado. Entre 2020 y 2022 declaró ante el Equipo Especial Lava Jato. Sabía demasiado. El juicio comenzaba en septiembre. Lo silenciaron antes. Desde su muerte, la cofradía caviar intenta imponer la versión del suicidio, una versión absurda. Castro no solo sabía de los pagos ilegales, conocía los montos, los códigos, los operadores. Identificó a César Meiggs como el encargado de entregar los fondos. Aportaron Odebrecht (S/ 2.5 millones), OAS (US$ 4 millones) y Graña y Montero (US$ 100 mil) para financiar la campaña contra la revocatoria y la reelección de Villarán, con publicidad, encuestas y asesorías. El dinero, según Castro, fue gestionado por Villarán, en beneficio de las empresas que luego obtuvieron contratos millonarios como Rutas de Lima, Línea Amarilla y Vía Expresa Sur.
Castro era el hilo de la madeja. Podía hundir a políticos, empresarios, periodistas y funcionarios de todos los poderes del Estado. Sabía quiénes operaban, cómo y para quién. Ya había revelado mucho, pero aún tenía más que decir. ¿Quiénes habrían caído? ¿Qué juicios podrían anularse si hablaba? Estaba en la mira. No tuvo protección. Y ahora nos piden que creamos que se quiso cortar la cabeza en su baño con un cuchillo de cocina.
Castro ya no puede hablar, pero la violencia de su herida habla por él. Si permitimos que su muerte se archive como un suicidio, estamos aceptando vivir bajo las reglas de los criminales. Hay cortes que no los hace una mano desesperada, sino una entrenada. Ese tajo no lo hizo la angustia, ni las deudas, ni el miedo. Lo hizo el poder corrupto que aún gobierna desde las sombras, y que hoy descansa tranquilo. Por ahora.
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