El sanador de enfermedades
En la antigua Grecia, existían 420 templos de Asclepio -Esculapio en la mitología romana- en donde los hombres y mujeres abatidos por algún mal dormían hasta soñar un sueño y curarse. Envueltos en las pieles sangrantes de las cabras del sacrificio, se echaban a descansar mientras grandes serpientes de colores se deslizaban en el reluciente mármol colmado de cuerpos y de flores.
Homero le dedicó un himno a ese dios de la salud: «Comienzo a cantar al sanador de enfermedades, Asclepio, hijo de Apolo, a quien la divina Coronis, hija del Rey Felgio, parió en la llanura de Dotio, para ser la gran alegría de los hombres y el mitigador de los funestos dolores. Así te saludo ¡oh rey! y te ruego con mi canto».
Miles de años después, hombres y mujeres duermen ese sueño en las emergencias y pabellones de los hospitales para curarse de sus males. No son todos los que deberían estar ni su sueño es tranquilo. Las sirenas de las ambulancias los despiertan y las precariedades de los determinantes de la salud agitan, y las más de las veces frustran, esa esperanza. Si como decían los helenos orgullosos de su tradición, ser griego es saber con los hombres, Esculapio hace siglos que no habla con todos y con los que habla son cada vez menos. La desigualdad, la exclusión, la pobreza han marginado a millones de hombres y mujeres del derecho humano a la salud.
Queremos soñar pero el ruido que hace el silencio de los muertos nos lo impide. No encontramos muchas veces como pueblo los templos ni las pieles sangrantes del sacrificio ni las serpientes multicolores reptando por el suelo, pero sí todas las miserias de nuestro comportamiento como tribu universal. ¿Cómo hemos llegado a esos niveles imposibles de desatención epidémica de la salud en tantos pueblos?¿Cómo podemos aceptar esas pavorosas estadísticas de higiene y salubridad públicas?¿Cómo entender que tantos y tantos mueran de enfermedades prevenibles y tratables con atención oportuna?
La covid-19 sigue enseñando al mundo entero lo frágiles que somos y el dengue, la malaria, la tuberculosis, la anemia, la desnutrición infantil, el cólera, lo injusto y terrible que es que haya tantas enfermedades de pobres.
¿Será necesario decir por enésima vez que urge una atención inmediata de este problema; que es menester que los gobiernos de los países, especialmente los subdesarrollados y en vías de desarrollo, aumenten sus presupuestos públicos en salud y mejoren las coberturas?
¡Oh Asclepio, sanador de enfermedades. Pon en tus templos esta frase de Francois Sagan: ¡La felicidad para mí consiste en gozar de buena salud, en dormir sin miedo y despertarme sin angustia!
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