¡El rey está desnudo!
En forma estrepitosa –vergonzosa, además- fracasó la primera intentona del régimen Vizcarra de usar a la poblada como espolón para instigar el golpe de Estado dirigido a clausurar el Poder Legislativo. El jueves se desarrolló en la capital la tan promocionada marcha “que se vayan todos”, cuyo único eslogan –coreado por 2,600 asistentes, según cálculo del gurú estadístico Matuk, engreído de los rojos- fue “cierren el Congreso”.
El vizcarrismo –léase los grupos mediáticos El Comercio, La República, RPP, etc. junto a las ONG (del por ahora silente Gorriti y su clan propagandístico de Soros y compañía) y a un desesperado poder Ejecutivo- ha demostrado una monumental orfandad en las calles. Fotografías y cálculos -como el de Matuk- han reconfirmado que ¡El rey – mejor dicho, Vizcarra- está calato! ¿Dónde quedó ese 75% de apoyo popular a la clausura del Parlamento que registran los sondeos de opinión? ¿Dónde están esos 20 millones de peruanos -65% de aprobación en las encuestas- que apoyan al todavía presidente Vizcarra? ¡Por favor! ¡De una vez por todas, ya déjense de seguir engañando al país! El vizcarrismo es una mentira envuelta en miles de mentiras.
Todo es una gran farsa montada para cuidarle las espaldas a un individuo que se hizo designar indirectamente presidente de la República, sin saber leer ni escribir como estadista. Un personaje que se arrojó al ruedo con el único diploma de haber sido gobernador de Moquegua. Una mini región a distancia sideral de esta nación entera, donde 31 millones de ciudadanos han quedado en total abandono porque este señor Vizcarra los engañó presentándose como todo un experto en el arte de gobernar. Es más, Vizcarra tuvo la oportunidad de ser leal -de ser decente- delante de la ciudadanía, renunciando junto con Kuczynski y reconociendo honestamente su total limitación para ejercer el cargo de mandatario. Pero antes primaron sus ansias de poder. Y entonces se hizo coronar enseñando sólo su imagen buenista, pero ocultando su verdadera realidad: la de un inepto contumaz, un ambicioso desmedido, un mendaz recalcitrante y un golpista descarado.
Ahí están las consecuencias. Año y medio después de sentarse en la silla presidencial Vizcarra es consciente de su descomunal fracaso, de su incompetencia total. Y al grito de “mueran Sansón y los filisteos”, procura desesperadamente irse de la mano de los 130 congresistas tras montar un drama corrosivo y perverso que compromete el futuro de los peruanos bajo la falacia “el Congreso no me deja gobernar”. Una bufonada que retrata su categórica medianía.
Porque ejercer la presidencia no significa sentarse en un palacio para dictar ordenes. Comprende mucho sacrificio. Y saber ejercer la pericia del estadista. Pero sobre todo, conlleva profesar el dominio del arte de la Política con mayúscula. No la vil politiquería que exhibe Vizcarra desde sus pininos moqueguanos. Primero Vizcarra ha fracasado como gobernante. No tiene la menor idea sobre cómo administrar el Perú. Y el jueves ha fracasado como cabecilla de masas. Porque pese a todo el poder que maneja un gobierno, apenas movilizó por las calles a 2,600 almas. Vizcarra