«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga»
Estamos ante el Domingo XXII del Tiempo Ordinario. La primera Palabra que nos ofrece la Iglesia es del profeta Jeremías. ¿Qué dice? “Me sedujiste Señor y me dejé seducir”. Jeremías habla de la vocación a la que estamos llamados. ¿Cuál vocación? ¿A ser cristiano, a ser presbítero, a ser religiosa?
La vocación a ser cristianos, a seguir a Jesús. “Me dejé seducir, me formaste, me forzaste y me pudiste”. ¿Quién sale vencedor de este combate? Dios es quien resulta vencedor. “Yo era antes el hazme reír todo el día, todos se burlaban de mí”. Hermanos, seguir a Jesucristo es ir contracorriente, es ir contra el mundo, el demonio y la carne. Se van a burlar de nosotros, porque estamos siguiendo a Dios, a Jesús, que nos da la vida. “Siempre que hablo tengo que gritar: violencia, proclamando, destrucción; la Palabra del Señor se volvió, para mí, oprobio y desprecio”. Pues bien, hermanos, la Palabra de Dios nos da unas entrañas nuevas, es como un fuego ardiente. Ánimo, que Dios te llama a ti a ser cristiano, coge tu realidad y sigue al Señor.
Respondamos con el Salmo 62 que pone la Iglesia: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío, por ti madrugo y mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca agostada sin agua. Cuando te levantas por la mañana, ¿qué haces? Estás estresado, haces tus planes, planes, y más planes. Hermano, levántate a rezar, a gritar. Orienta tu vida al Señor, Él te da un sentido a la vida. “Al despertar me saciaré de tu semblante Señor, como te contemplaba en el santuario, tu gracia vale más que la vida, mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene.” Qué alegría, hermanos, este semblante de Dios nos da la vida eterna.
La segunda Palabra que nos da la Iglesia es de San Pablo en Romanos: “Os exhorto, hermanos, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, agradable a Dios, este es nuestro culto razonable”. ¿Qué culto quiere Dios? El culto que quiere Dios es tu ser, que le sigas a Él, que hables con Él, porque Él habla contigo. No te ajustes a este mundo, no te amoldes a este mundo, es decir, no hagas alianza con el mundo, él no te da vida eterna. Habla con el Señor, déjate transformar por Él, para que sepas discernir lo que es voluntad de Dios, lo que agrada y lo perfecto. ¿Cuál es su voluntad? El bien tuyo, eso es lo que quiere el Señor, tu felicidad.
El Evangelio es de San Mateo. “Jesús empezó a predicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho, por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas.” Fijaros, a Pedro le tiene que corregir, Jesús le llama Satanás. Pedro se lo lleva aparte y le increpa: no permitas, Señor, que te pase eso. Jesús se volteó y le dijo a Pedro: Quítate de mí vista Satanás que me haces tropezar. Tu piensas como los hombres, no como Dios. Jesús sabe a dónde va, va a darnos un sentido a la cruz. Dice Jesús: el que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo, que no se haga alianza con el mundo, el demonio y la carne, sino que se niegue a sí mismo, que se niegue a la comodidad, en el sexo, la droga, el alcohol, en el poder; que coja su cruz y que me siga.
Eso es ser feliz, ser testigo de la vida eterna. Si uno quiere salvar su vida, la perderá. Eso es lo que hacemos todos, queremos ser los primeros, ocupar los primeros cargos. Pero el que pierda su vida por mí, la encontrará, ¿de qué sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? ¿De qué te sirve triunfar, el bienestar, tener dos casas, tener carro y moto? Si pones tu corazón en esas cosas, en las cosas de este mundo, te destruirás. Fijaros lo que está pasando hoy en el mundo. El culto que Dios quiere es un culto espiritual, quiere llevarte al cielo. Coge tu cruz y sigue al Señor. La Iglesia tiene que enseñarnos a no huir de la cruz, sino aceptarla. La cruz no es un fracaso, sino que es triunfante, es signo de resurrección. Hermano, te invito a coger tu cruz y seguir al Señor, como nos invita a todos el Señor.
Que la bendición del Señor esté en tu corazón, en tu familia, coge tu cruz y sigue al Señor. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. Del Callao
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