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El poder político que todos quieren

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Fecha Publicación: 27/04/2024 - 21:10
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Quisiera referirme en esta ocasión, estimado lector, al poder político que, existiendo, muchas veces no se sabe exactamente acerca de su naturaleza y bondades para su eficaz ejercicio, afectando considerablemente en el Estado y sus gobernados pues nada más trágico que tener poder y no saber usarlo, y hasta diría que, con seguridad, se trata de una desgracia completa en detrimento del propio Estado nación.

Veamos. De los tipos de poder –capacidad de dominio con autoridad para decidir hacer o no hacer– el político es el más codiciado. Todos lo quieren, pero no todos pueden tenerlo. No debe ser difícil comprender que el poder político en manos de muchos ya no es poder porque se vuelve relativo y pierde su eficacia en detrimento del Estado y de los gobernados pues contándolo todos se vuelve horizontal perdiéndose lo fundamental del poder que es de uno o varios sobre los demás, es decir, esencialmente vertical.

Tampoco es bueno el poder absoluto que es dañino y abusivo por naturaleza; sin embargo, el poder en manos de pocos es mejor y más efectivo y para que sea legítimo siempre debe emanar del soberano, que es el pueblo, de lo contrario será un poder por usurpación y debe ser condenado como pasa con el régimen de facto de Nicolás Maduro en Venezuela.

Cuando dicto realidad política siempre digo a mis alumnos que no debemos perder de vista que el poder político es ejercido por el gobierno del Estado, de allí que cualquier otro poder, como el que circunstancialmente tengan los grupos terroristas, jamás será poder político, sino el poder de bandas u hordas delincuenciales, que es distinto. Cuanto más equilibrio haya en el ejercicio del poder mayor será su reconocimiento para la toma de decisiones; de lo contrario, dentro del Estado se impondrá la anarquía, el desorden, el desgobierno. Ahora bien, hay que saber conservar el poder.

Así, mientras unos actúan y se valen de estrategias y métodos para mantenerlo a cualquier precio –es el caso de Maduro (Venezuela, Ortega (Nicaragua) o Díaz Canel (Cuba)–, otros traman o conspiran para arrancarlo, y aquí es irrelevante si sus causas son lícitas o ilícitas. Por esa razón el rival hará cualquier cosa para enlodar y deshacerse del adversario porque lo cree un óbice en sus objetivos políticos como pasa todo el tiempo con los opositores de un gobierno.

No es que el poder se ejerza en medio de la jungla, pero será útil no perder de vista que la moral no existe o por lo menos es irrelevante porque el poder no valora lo bueno de lo malo sino el resultado de lo que es justo, que también es distinto. No es que el poder sea inmoral o que termina confabulando en una cesta de antivalores. Nada de eso. Sencillamente, el poder es amoral pues la moral le es ajena y es relevante sólo por sus resultados.

Una verdad que no resiste oposición es que el poder produce placer por eso todos lo quieren. Miente aquel que teniéndolo, dice despreciarlo, porque el poder es consustancial al hombre, cambiando la estructura psicosomática de quien lo ejerce, solamente atenuado por sus valores originarios. Como todos compiten por el poder, las pugnas no deberían sorprender, por eso aquellos que viven en medio del poder político deben tener solvencia para asimilarlas, temperamento para no irritarse y hasta indiferencia por sus consecuencias. Los que cuentan el poder deben ejercerlo.

Tenerlo y no usarlo es tan tonto como absurdo. Nadie que lo tenga puede dejarlo ir. Apenas lo pierda los que luego lo tengan, lo usarán en su contra. El poder no es perpetuo porque es cíclico por naturaleza; sin embargo, los menos inteligentes, que son los que lo creen para siempre, suelen desnudar esa falencia porque se aferran en retenerlo. Finalmente, el poder –en el Perú ya se alistan aquellos que lo quieren–, se ejerce para todos, pero la tragedia histórica ha sido hallarse al servicio de quien lo ejerce.

(*) Excanciller del Perú e Internacionalista

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