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El poder no es eterno: una advertencia necesaria

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Fecha Publicación: 27/07/2025 - 23:01
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En el Perú, el ejercicio del poder se ha convertido, en muchos casos, en un escenario propicio para la transformación psicológica de quienes lo ostentan. No se trata sólo de un fenómeno político, sino de un trastorno con nombre y explicación: el Síndrome de Hubris. Este trastorno, descrito por el neurólogo y exministro británico David Owen, afecta a quienes, tras alcanzar posiciones de poder, desarrollan un comportamiento arrogante, desconectado de la realidad y marcado por la convicción de estar por encima de todo y de todos.
Nuestros congresistas, magistrados, funcionarios y políticos no son ajenos a esta peligrosa patología. Algunos de ellos, apenas alcanzan un cargo de relevancia, cambian radicalmente. Se rodean de aduladores, rechazan toda crítica y adoptan decisiones impulsivas, sin evaluación técnica ni consulta alguna. Su ego se infla con rapidez y su capacidad de autocrítica desaparece. Se sienten indispensables, irreemplazables, incluso eternos.
El peligro del Síndrome de Hubris no es solo individual. Se proyecta sobre las instituciones, las decisiones públicas y la vida democrática. Cuando un político cree que su poder es absoluto, erosiona los límites legales y éticos. Cuando un funcionario se siente superior a la ley, desfigura el principio de rendición de cuentas. Y cuando un magistrado actúa con soberbia, la justicia pierde credibilidad.
Lo más grave es que esta transformación ocurre en silencio, con normalidad aparente, pero con consecuencias profundas. Se desprecian las opiniones contrarias, se margina a los disidentes y se impone una visión única, personalista y egocéntrica. Los afectados por este síndrome comienzan a pensar que sólo ellos tienen la razón, que sus decisiones son incuestionables y que su presencia es imprescindible para el funcionamiento del Estado.
La historia política del Perú nos ofrece múltiples ejemplos de líderes que cayeron en la trampa de su propio ego, que confundieron el cargo con su persona, y que terminaron aislados, derrotados o señalados por la justicia o la historia. Es una advertencia que no deberíamos ignorar.
Combatir este síndrome no es tarea fácil. Requiere autocontrol, humildad, instituciones fuertes y una ciudadanía vigilante. Pero sobre todo, exige recordar algo esencial: el poder es transitorio. Quienes hoy ocupan una curul, un despacho fiscal o un ministerio, mañana podrían ser simples ciudadanos. Lo importante no es cuánto poder se tiene, sino cómo se ejerce.
El Perú necesita autoridades lúcidas, responsables y conscientes de que servir al país no es un privilegio, sino una responsabilidad temporal. El baño de modestia no debería ser la excepción, sino una práctica habitual. Porque el poder no es eterno, pero el daño que deja una mente intoxicada por él puede durar generaciones.

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