El placer de leer
En mi natal Bolívar (San Miguel de Cajamarca) me encantaba pasar algunos días en casa de mi abuela materna, donde recibía una serie de atenciones inmerecidas; de todo ello, lo que más me encantaba eran los cuentos narrados por las hermanas de mi madre: La Minshula (versión local del cuento Hansel y Gretel de los hermano Grimm), Juan Oso (historia contada en casi todo el mundo); apenas empecé a leer (refieren que a muy corta edad), encontré una colección impresionante de libros y revistas, algunos textos de medicina y farmacia, así como los primeros números de Selecciones (Reader’s Digest) en español; pasaba horas de horas en el terrado de madera, devorando tan ricos textos, solo bajaba para saborear las delicias que se preparaban con ocasión de mi visita.
En mi casa, tenía a mi alcance libros de catolicismo, los mismos que muchas veces tuve que releer; en una temporada de lluvias, le encargaron a mi padre la biblioteca de su club deportivo, tuve a mi alcance algunas obras clásicas como: Madre, María, Lazarillo de Tormes, así como obras de autores nacionales, como Ricardo Palma, Clemente Palma, López Albújar y un ininteligible Vallejo; culminada la primaria, migré a Trujillo donde estudié los dos primeros años de secundaria, en casa de la hermana de mi padre, mis primos un poco mayores que yo, tenían una pequeña pero muy nutrida biblioteca, dentro de ella los clásicos griegos y literatura hispana, así como una enciclopedia muy didáctica; ya en el Colegio Militar Elías Aguirre de Chiclayo, en el horario de estudio obligatorio y voluntario, aprovechaba para leer algunos de los innumerables libros de la gran biblioteca: Ben Hur, Espartaco, Los Hermanos Karamazov, Aeropuerto, El Amor en los Tiempos del Cólera, así como enciclopedias especializadas.
De esta manera me sentía en medio de los libros y las revistas, pasando tiempo con los personajes en los mundos creados por los autores; me convencí de que esas historias habían sido destinadas a ser degustadas, que había costado valioso tiempo escribirlas, lo cual había que respetar.
Antes de los vertiginosos avances tecnológicos, había personas que compartían ideas, información y recuerdos a través de historias; una forma de tecnología conectiva, algo comparable a lo que nuestros antepasados de hace más de dos millones de años hacían al fabricar sus herramientas de piedra y tratando de preservar el relato, ya sea con palabras, gestos o dibujos, transmitiendo valiosa información.
Ahora, el mundo es cada vez más ruidoso, en corto tiempo hemos pasado de los discos de carbón a reproductores de CD portátiles y a encontrar el tema que se nos ocurra, cuando se nos ocurra; hemos pasado de la televisión a blanco y negro con dos o tres canales a la infinidad del cable y el streaming; la tecnología nos obliga a ir cada vez más rápido, a través del tiempo y del espacio; pareciera que la historia se está saliendo de su cauce.
Nuestro compromiso con la narrativa ha cambiado, la magia del libro impreso se ha trasladado al texto digital, al audiolibro y a las redes sociales; sin embargo, debemos recordar nuestras manos acariciando el libro y nuestros dedos deslizándose por las páginas; sin importar el formato, esas historias siempre nos llevarán a lugares maravillosos e impensables, conoceremos personas que nunca conoceríamos y nos mostrarán mundos que se habían perdido o creíamos perdidos; que la tecnología avance rápidamente, pero que no nos distraiga del placer que solo la buena lectura nos ofrece, sin olvidar que existen libros para todos los gustos y todas las edades y que fueron escritos para ser leídos y gozados.
Los autores son capaces de crear mundos donde las personas son vistas y atendidas, discurren historias que pueden ser leídas y escuchadas, inspirando algo que se convierte en conexión entre nosotros, una conversación; de esta manera logramos no sentirnos solos en este mundo y podemos sentir que estamos cambiándolo antes de que ya no estemos; eso mismo sintieron nuestros antepasados primitivos.
Leer nos permite entender el futuro, también podemos entender el pasado; leemos para perdernos u olvidar situaciones difíciles, para recordar a nuestros predecesores, quienes no tuvieron una vida fácil. Leyendo estaremos respetando el trabajo del autor y el poder imperecedero de su obra, rendiremos homenaje a nuestros antepasados, quienes no tuvieron ese privilegio, tan solo hablaban y dibujaban sus sueños, sus esperanzas y su futuro. ¡Mantengamos viva la llama de la historia!
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