El Perú y sus fronteras bicentenarias del subdesarrollo
La reciente lamentable circunstancia con Colombia por la cual el director de soberanía territorial de la cancillería cafetera, dijo que el centro poblado isla Santa Rosa, ubicado como parte del distrito de Yavarí, provincia Ramón Castilla y departamento de Loreto, “no forma parte del territorio peruano” –por su tono alzado y por no retractarse, debería ser anotado por el ministerio de Relaciones Exteriores del Perú para que NUNCA cumpla funciones diplomáticas ni consulares en nuestro país–, ha puesto en la primera plana de nuestra vida nacional de todos los días, la tragedia peruana que todos sabemos de sobra, es decir, de no contar con fronteras realmente dignas.
La foto de siempre es que cualquier lugar al otro lado de las 5 fronteras que contamos –con Bolivia, Brasil, Chile, Colombia y Ecuador–, es mejor que en el Perú.
Nuestros compatriotas, que viven en las zonas más recónditas de la patria, deben cruzar hacia el otro lado de la frontera de cualquiera de nuestros vecinos para estudiar, trabajar, etc., porque de lo contrario, vivirán en condiciones marginales sin conocer la modernidad y mucho menos el desarrollo, y hasta por esa cruda e imperdonable realidad, sin mayor opción para escoger, terminan siendo incorporados en el modus vivendi del país vecino, riesgosamente merced a perder la identidad nacional al ser ganados por una psique social de la oportunidad frente a la otra definida por el abandono –como la del padre que deja al hijo a su suerte en la vida–, por un Estado bicentenario liderado con una clase política dominada por la desidia y la irresponsabilidad de jamás volver su mirada hacia las fronteras y sin marcar distancia del centralismo del virreinato, decidiendo convertir ese drama en un legado para asegurar el confort en sus vidas cuando el Perú se convirtió en Estado independiente en 1821.
Si no fuera por nuestras Fuerzas Armadas, la Policía Nacional o la Iglesia, hace rato hubiéramos perdido más territorio y poblaciones que en el pasado por culpa de nuestros políticos de turno, dominados por el referido centralismo que Jorge Basadre en “Perú: Problema y Posibilidad” presentó como uno de los mayores dramas de nuestro país a lo largo de su vida como Estado independiente, donde las prioridades por supuesto no estaban precisamente en el territorio nacional de la periferia.
Lima lo era y lo sigue siendo todo pues no existe ninguna ciudad a lo largo y ancho del territorio nacional que se parezca a la capital del Perú en términos estructurales y de desarrollo. El centralismo negó toda posibilidad a la política de fronteras vivas que es esencial para el desarrollo. Acercar el Estado y todo su tamaño hacia las zonas fronterizas para conocer la realidad de nuestras poblaciones de esos espacios no ha sido prioridad en las políticas públicas del país. Aceptémoslo.
La gente de los rincones de la patria se ven realmente identificadas con la autoridad nacional cuando ésta llega hasta ellos, pero brillan por su ausencia. ¡Por Dios!, creamos fronteras vivas que jamás hemos tenido y efectuemos una reingeniería al Consejo Nacional de Desarrollo de Fronteras e Integración Fronteriza – CONADIF, pues sus reuniones son para llenar actas con acuerdos ilusos mientras las poblaciones fronterizas siguen olvidadas en los auténticos rincones de la Patria, en medio de unas auténticas fronteras del subdesarrollo.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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