El Perú y su militarismo en sus 202° Aniversario de Vida Independiente
El poder del militarismo peruano fue heredado del virreinato y se forjó desde las entrañas de nuestra etapa precolombina. La independencia (Ayacucho, 1824), lo consolidó en lo que Basadre llamó el “Militarismo de la victoria”. Convencidos del “derecho” ganado por sus gestas, monopolizaron la política durante gran parte del siglo XIX –les tocó el irrepetible auge del guano pues el civilismo aparece recién con Manuel Pardo y Lavalle (1872)– y tuvieron que compartir injustamente con la mediocre clase política en alza –la “República Aristocrática”–, las imputaciones de Manuel González Prada por la derrota de la guerra de 1879.
Todavía relevantes con su perfil afrancesado en la menguada etapa de la “Reconstrucción Nacional”, entrado el siglo XX, sin distanciarse de la élite económica, les costó subordinarse al poder político y por eso continuaron los golpes de Estado que hemos condenado. Aunque no faltaron ni faltarán traidores y cobardes como Miguel Iglesias y Agustín Belaunde, expresaron el honor nacional –sus héroes son el alma viva del Perú– y se enfrentaron al anarquismo como hoy al narcoterrorismo, pero persiguieron sin tregua ni discriminación a apristas y comunistas durante los años 30 en esa etapa de pugnas y polarizaciones como las que hoy vivimos.
Con la aparición del CAEM (1950) –luego CAEN–, se destetan de la política para dedicarse a lo suyo: la seguridad y defensa nacional, aun cuando el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1968) fue el final de su protagonismo político. Velasco, con su nacionalismo, acabó con el vergonzoso régimen feudal sobre la tierra en pleno siglo XX, pero por su desdén a la democracia, aceptó a los comunistas –parteros de mucho de los desórdenes y trastoques inorgánicos de hoy, a los que Morales-Bermúdez jamás espetó, sabiendo de su falso apego a los uniformados–, llevándonos al abismo económico como Chávez y hoy Maduro en Venezuela u Ortega en Nicaragua.
García creó el ministerio de Defensa (1987) –inclusive de las 3 instituciones castrenses, cuya Escuela Conjunta debe ser fortalecida–, y Fujimori dañó severamente al militarismo, volviéndolo a la penosa condición de fantoche. Recuperado, hoy, con su acertado rol ante la pandemia de la Covid-19 y otros desastres –se ha iniciado el fenómeno El Niño Global– pero sobre todo el 7 de diciembre de 2022 para salvar a la democracia con su ciclópeo comunicado pocos minutos después de producirse la ruptura del régimen democrático –una verdadera cátedra de derecho constitucional–, hay que empoderarlo –seguimos sin Libro Blanco y hay una carga de imputaciones por violación de derechos humanos en marcha–, sin transformaciones –solo adecuaciones, adaptaciones e innovaciones, que es distinto–, pues es la mayor garantía en los 202 años de soberanía.
Hicieron mucho por la República y hay quienes no quieren reconocer su gesta por la vida nacional bicentenaria. El Perú tiene en sus Fuerzas Armadas y en su Policía Nacional a uno de sus estamentos constitutivos que nació con la República y eso debemos tenerlo muy presente. Hay quienes quieren disociarlos y aunque también hay prejuiciosos entre los militares, más los hay en nuestra vida política y social y eso tenemos que desterrar. El Perú los necesita y por eso son erga omnes, parte intrínseca de nuestra historia nacional.
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